Y, de repente, una luz cegadora invadió todo mi alrededor. Y desapareció la gente, desapareció el bosque, desapareció el mar. Me aferré al cuchillo que sostenían débilmente mis dedos y me lo clavé una y otra vez, hasta que mi percepción del dolor se desvaneció. Únicamente podía ya sentir la tibieza de la abundante sangre que se derramaba entre mis manos. He muerto.
¡uf!
ResponderEliminarDemasiado intenso... Me gustó...
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