Elisa se dirigió a su asiento y escrutó a todos los objetos de su nueva óptica, cada uno atento a un mero artífice humano, casi extasiados, desesperados. Los segundos se apresuraban, y a ella aún le quedaba mucho por hacer. Le estaba temblando la pierna izquierda y sentía la imperiosa necesidad de precipitarse contra la mesa o la pared, lo mismo le daba, debía parar aquello. Pero sabía que no podría, no en aquel momento, debía concentrarse, despejar su mente y ... ¡estupendo! Había un sujeto levantado, dirigiendo desde su ángulo el brazo hacia la mesa que estaba a punto de abandonar. Salió cuasi volando hacia el jefe de aquella magnánima obra de teatro para entregarle su apreciada conclusión.
- Qué escueto. ¿Estás seguro de que me quieres entregar esto?
- No soy capaz de añadir más.
Y se largó, dirigiendo su mirada acuosa al resto del aula, como acusándolos de ser cómplices de aquella comedia. Ella ya no podía más, quería perseguir su sombra, marcharse con él y dejar de formar parte de la inmundicia, aunque de nada serviría. Todo el mundo le seguiría temblando bajo sus pies, como si tuviera que desprenderse de él, mudarse a otro por un tiempo indefinido. Y si era así... ¿por qué todavía se lamentaba en este? ¿No era hora de elevarse hacia el otro?
¿Jenny, eres consciente de que es irritante leerte cuando usas caprichosamente tantas palabras complejas?
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