Terminé y contemplé cómo retozaba el cadáver con la mosca e indisolublemente formaban una pegajosa amalgama, los tocabas a ambos y el pegamento se adhería a mis dedos. Entonces venía con su zumbido impenetrable en mis oídos a bombardearme de música disonante, pero me hacía sonreír esta vez. Se había cansado de aquel cadáver y ahora me miraba a mí, como creyendo que yo fuese otro, pero era otro que se movía y soltaba sonidos estridentes de esa gran abismo oscuro que conectaba con cuerdas de forma remotamente extraña, a pesar de que el bicho lo ignorara y únicamente viese un peculiar agujero negro.
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