Soy una estrella, en el firmamento. Mi cuerpo me guía ciegamente hasta una salida con múltiples caminos que pueden percibir todos mis sentidos a excepción de mi vista. La oscuridad de la noche en su pleno apogeo reclama el silencio de los humanos para el sonido de la naturaleza, que atisba su despertar mientras en sus cálidos hogares la gente descansa. Escucha... ¡qué anhelantes suspiros inculca la naturaleza!
Nuestra racionalidad supuestamente la supera, pero así mismo sucede con la irracionalidad, actos deplorables e insulsos. Metas tan definidas y vacías, indagar en principios comunes para converger en el pulcro ciclo de la vida. Todo es un círculo. La locura no tiene hueco en él, lo difumina, lo quiebra: forma otra forma. Estos pensamientos, estos planteamientos... han de ser desquiciados; quizá comprensibles para dementes. Algunos cuando crecen olvidan el pasado, la monotonía resuelve sus incógnitas y despejan las preguntas. Empero, no contemplan con la cristalina lucidez que debieran más allá de la burbuja que les absorbe plenamente. Tengo tiempo para perder el tiempo aunque sepa que es una mera farsa, atrayente y lejana. Nada absorbe plenamente al subconsciente, este desecha la realidad para entrometerse en la ficción. Y... sin embargo... la noche y los seres vivos que en ella regurgitan sus vidas me demuestran el curso que siguen las cosas, un ciclo apaciguado, como obviando la inexistencia real humana, sin tener conciencia de nada y a la vez de todo. Sin pensar. Funcionan así. Y nosotros los imitamos. El cielo está despejado, la luz que se desprende de él permite que mis pasos decidan correctamente cada una de sus pisadas aunque no pueda vislumbrar que hay en la tierra, sea una piedra con la que tener una concisa disputa o un hueco en el que depositar mis huesos. No hay demasiada diferencia en este lúcido momento entre abrir y cerrar los párpados, igualmente me quedo absorta con esta nebulosa fragancia y sus peculiares latidos. (Si provienen del cerebro o del corazón no lo sé... pero qué seríamos sin el cuerpo...)
A medida que la oscuridad me empapa aún más mi parsimoniosa marcha se para inopinadamente ante una presencia excepcional. Me pregunta con la brillantez de su silencio qué hago aquí, le respondo con la imposibilidad de mis labios, a través de mis gestos, que hacemos exactamente lo mismo: desvanecernos con el transcurso de los segundos.
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