Nadábamos en medio de una tormenta de silencio, buscando algún barco que nos arrastrase a la costa de la música. Sabíamos que esta, como tantas otras, finalizaría tras el último rayo de fugacidad silenciosa, aquel que hacía que las olas y nuestros cuerpos se petrificasen durante banales milésimas de segundos, aquel que se intensificaba cada vez más con el transcurso de los milenios.
¿Desembocaría, en alguna ocasión, en un estallido audible?
Bonito oxímoron. "tormenta de silencio"; es una ingeniosa definición.
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