Se recostaba sobre su sillón mientras hacía girar sobre sí mismo su propio cuerpo, su propio peso. Vaya. Si ya el sol empezaba a huir del cielo, otra vez más... Ayer y anteayer sucedió lo mismo. Con, tal vez, una lentitud menor. Y los Do Mayor y los La se sucedían como en una rueda infinita. ¿Qué hacía ahí, dando vueltas del sillón a la cama, de la cama al sillón? Apenas podía mover las piernas. ¿Cómo podría si hacía diez eternidades que había perdido la noción de sí? Temblaba a veces espasmódicamente cuando un La sonaba más bajo de lo usual o cuando un ruido interior le estrujaba las entrañas. ¡Qué! ¡Qué! Pero no podía hacer otra cosa que volver a recostarse. En el cuarto había mugre y el panorama se asemejaba cada vez más a un desierto, sin apenas muebles, exceptuando aquellos generadores del idilio desenfrenado del silencio. Oh. Noche. Y la rueda que no dejaba de agitarse. Las paredes retumbaban bajo la mirada del terremoto, las paredes también se iban a dormir. La luna lo decía cada vez que se escondía tras la nube gris de borrasca, dando paso a la oscuridad del infierno. ¡Dormid! Y así acontecía cada vez que el sol se escabullía del diáfano azul, mientras el ser seguía sobre su sillón rodando sobre sí bajo el averno de temblores...
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