viernes, 25 de junio de 2010

Escritos de 2009

Sí, llegó el momento, localizé el lugar idóneo en mi mansión de soledad, cerré la puerta y me dirigí a mi cama, rodeada del aura abrumante de humedad. Me tumbé en ella y borbotearon de mis ojos lo que tanto había deseado, ¡lágrimas!. Se aceleraban los latidos de mi corazón y se me atragantaba la respiración, pero poco a poco fui sintiéndome mejor, más alegre, más sola. ¿Por qué lloraba? No lo sabía, pero algo sí reconocí y eso era que, tal vez, derramé lágrimas por todo lo que había contenido y negado a verter. Sin embargo, finalmente se agotaron mis sollozos y regresé al mundo. Salí, caminé entre las solitarias personas y volví a ahogarme en gritos de júbilo mientras nos acompañábamos con escuetas y superficiales miradas. Yo sonreía interiormente aunque nadie pudo verlo.
Y de nuevo regresé con mi ausente gesto a mi aislamiento.
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Las palabras se difuminan con el viento.
No entiendo por qué nos empeñamos en el regocijo de ellas mientras le restamos importancia a la sutileza de las miradas.
Podemos pasar segundos, minutos, horas, días, meses, años, hablando con alguien y no haber descubierto aún el color exacto de su iris. Los ojos desnudan el alma, son el pasaporte a un mundo remoto lleno de incógnitas inesperadas.
Y sólo necesitamos unos pocos segundos para descubrirlo.
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Se entreabre un leve átomo de oscuridad cuando bajo los párpados y oigo tu despertar, que me llama. Ajenos a la correspondencia de tus labios, se me adormecen arrancando bocanadas de aire. Y mientras, tu contaminante aroma que intoxica momentáneamente mis pulmones se ancla tras tu apariencia. La artificial magia es difícil de borrar, las espinas se clavan en mis venas hasta que arrastran la última gota de sangre. Mas son quebrantables las fantasías. Tu voz me grita ya tan lejos que no me alcanza y me duele. Sufro una terrible agonía que vierte humaredas y roba mis sonrisas. Decide transformarlas en medias y no en falsas, en verdaderas y no en sinceras. Cuánto quede de este gusto amargo terminará despidiéndose con un provisional adiós, pero volará en medio de la noche y el día suspendiéndose en la atmósfera.
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Y sintió el voraz impulso de arrojar todo por la ventana. Cómo podía ser posible. La herida se había cerrado por completo, o al menos, eso era lo que creía. Pero cuando lo vislumbró ahí, entre aglomeraciones de silencios, ansió avanzar hacia él y arrastrarlo para siempre consigo.
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¿Crees que una situación puede permanecer intacta para siempre? El tiempo nos da y nos quita, y al final sólo queda lo que hemos cosechado o las cenizas de lo que hemos dejado pudrir. No más. Es sumamente fácil vivir así sin pensar ni reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos, creer que atravesaremos cualquier camino cuando ni siquiera hemos pasado por ellos. No, las cosas no son tan sencillas. Las oportunidades se deben aprovechar o dejar pasar, las posibilidades inherentes desde nuestro nacimiento nos permiten el lujo o la desgracia de tener buena suerte o todo lo contrario. Y aún así nos atrevemos a patalear porque no podemos realizar nuestros caprichos. Tal vez sea que hay algo más que un capricho que se nos escurre entre los dedos, que escondemos en el rincón más oculto y que no pretendemos sacar a la luz. ¡Ah! Y sí, eso es muchísimo más que un capricho, pero nos empeñamos en ver las minuciosidades y apartar aquello que no queremos descubrir.
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A intervalos se siente ridícula. Observando a lo lejos sombras de gente, colores indefinidos. Se oyen pájaros silbando en los gigantes árboles que contempla. Está sentada en un banco, frente a una iglesia erigida años atrás. Con los árboles amurallados bajo una capa de cemento. Ruido de coches, viento, voces. Silencio. Fragmentos de basura rodando por el suelo, con vaivenes inciertos. Aire ligero acelerando su velocidad. Tranquilidad. La vislumbran remotamente suponiendo el qué hace mientras sus rizos se enmarañan con la atmósfera. Y hablan, inventan relativas teorías, cruzándose contrariedades. Diversidad de sensaciones. Tumulto de bolígrafo acude a su llamada. Aprecia su respiración indagando la estructura de la iglesia, ve a un hombre surcándola por las afueras. El verde tóxico se refleja en las direcciones ejecutadas por el pequeño ramillaje. Y aparece de nuevo ese hombre, haciendo fotos de la magnificencia de la pintoresca arboleda. Ahora de la iglesia. Ofrece pintas de montañero, perro viejo. Con la mochila bien fijada. Oh. Música. Tradición de su pueblo: timple, laúd, guitarra; que se escucha de fondo. En este momento, la fuerza sostiene la escoria y es arrojada a su contenedor. Pitas escuetas, ladridos de perros. Movimiento de pasos. Dueña y perro ladrando dan un paseo. Naranja colorido y peludo. Vacío de calles de nuevo. No, se regocijan risas. Más gente, más pasos. Acercándose y alejándose, viviendo vidas. Surtido de trescientos mil colores. Sin embargo, ella sigue sin determinar cuál será el suyo.
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