domingo, 23 de noviembre de 2008

Primera


Perdona el ruido de mi ignorancia,
perdona la desnudez de mis palabras,
perdona la intolerancia de mis actos,
perdona no decirte lo que anhelaba,
perdona la ausencia de pensamiento,
perdona mi poca confianza,
perdona mi desviados razonamientos,
mas no podrás perdonarme la inocencia
de los años que me quedan
y los venideros.

Mas no podrás tampoco perdonarme
al menos, en lo que queda de invierno,
ni en los próximos tan lejanos,
que los precoces susurros de mi mirada
griten en la tuya
ahogados en silenciosas lágrimas,
con su inevitable causa
en hallazgo de una respuesta
que me dé la razón
de tan profunda tristeza.

Dime, amor, ¿qué es lo que deseas?
Dime, corazón, ¿cuáles son las palabras perdidas
que aún no has encontrado?
Dime, si, tu deseo desea un negado amor,
o acaso, se tratase de un problema mayor,
dime, por favor, ¿cuál es la razón
de tu indefinida ausencia,
que parece usurpar todo tu cuerpo y alma?

Yo te diré lo que bastante bien sé,
sé que a poco de conocerte
me cegastes y olvidé cualquier razón
en esta endemoniada vida
para lograr una motivación
que no fuera más que admirar
el reflejo de tus bellos ojos
y contemplar con deseo
cada uno de tus movimientos
e inimaginables actos.

Ahora, dime, ¿si esto no es
locura, dime que, pues,
pudiera ser?
Explícame, si no estoy delirando,
¿dónde se halla la enfermedad?
Quizá no exista enfermedad tal,
sino la que pertenece
a un no correspondido amor
que jamás sabrá la razón
de mi impresentable locura.