miércoles, 15 de septiembre de 2010

Tempus fugit

Se ausculta detrás de una sombra la verdad insondable. Ella, tan poco palpable, se diluye entre tus gestos y tu ausencia. Cómo me irrita los ojos verte lejos. Cómo se derraman lágrimas por un vano sentimiento. ¿Merecen la pena, acaso? No lo sé. La gran posibilidad es que no. Desde luego que no. Pero si no es esto, entonces ¿qué tengo? ¿Silencio? Será suficiente valioso, mas no tanto como su carencia enaltecida por el rumor de unas  acuosas pupilas. ¿Nos conformaríamos con ello? No. Uno no puede pretender tenerlo todo cuando apenas tiene nada y la escueta cantidad de materia y abstracción se derrama paulatinamente, y gota a gota se escurre entre sus dedos. Dedos que se mueven como si anduvieran tocando una melodía, como si creasen un historia, como escribiendo al aire, mientras el viento se la arrebata una y otra vez, empezando un infinito retorno a cero. Al parecer somos plenamente conscientes de la rapidez fatídica del paso de los días, al final, ¿qué queda? Carpe diem, ¿decían? Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra. TODOS lo sabemos ya. ¿Y cómo vivimos? ¿Con una prisa incontrolable por alcanzar todo para nada? ¿Ser ambiciosos para nada? Todo y nada son conceptos tan ambiguos y tan reconcomidos, que hasta dudo de aplicarles un significado. Todo es relativo, Einstein. Hasta esa oración es ambigua y tal vez sea verídica. Corramos pues, con nervios y prisas, con fútiles palabras e ideas, con todo, con nada, por el finísimo hilo de la vida. Que llegará el día en que se corte y vislumbremos la abismal inmensidad que se esconde tras nuestros cuerpos materiales. Ahí sí, cuando veamos lo que no vemos nos sorprenderemos, ya seamos de silicona, de carne y hueso o un simple esqueleto.  Jamás había existido, ¿nuestros ojos nos lo habían enmohecido? Oh, hasta ahora no me había dado cuenta, mira, ¡mira lo que estoy viendo!