lunes, 28 de junio de 2010

Fin

Un pálpito a su lado prorrumpía. Giraba la cabeza y observaba a su acompañante, anonadada. No podía creer lo que veía, no podía creer los balbuceos e incongruentes palabras de él. El hedor inundaba toda la atmósfera y la extasiaba provocando que no pudiese contener las naúseas. Ese impulso, esas terribles ganas de vomitar que no cesaban, día tras día, eternas. Mientras los dos jugaban, se miraban a los ojos, él sin escrúpulos atisbaba el vaso que apestaba a alcohol y se reía cadenciosamente mientras le hacía invitaciones obscenas. Ella qué iba a decir, se inmutaba ante el mar de ojos azules, harta de la real imagen de él, que desconocía y que había desconocido por tanto tiempo. Harta de todas las lágrimas que derramó en vano por el aura de cristal que lo rodeaba,y ahora se habia esfumado. Tan rápidamente.
Suspiros. Quería alejarlo de ahí, echarlo a patadas de su lado. ¿Para qué volver a verlo si ya lo había olvidado? Le daba tantísima lástima, estaba completamente borracho. Completamente perdido. ¿Qué clase de vida llevaba? ¿Esto era por lo que apostaba, por lo que ofrecería todo su tiempo? Ella se había equivocado demasiado, estaba cansada de jugar y de que esos ojos inertes la miraran sin un sino. Eh, me largo, juega con aquella mujer que se ha estado insinuando durante toda la noche, vamos. Adiós. Ella acabó por no volverle a ver jamás. Él se levantó tambaleándose y se dirigió, finalmente, a la mujer, acabando por arrojarle vestigios de bebida alcohólica sobre la falda. En fin, vida desquiciada.

viernes, 25 de junio de 2010

I

Se truencan mis intenciones
por el manto frío que me abriga;
se truencan mis pensamientos
con la hilera de cálidos días.
Que pasan y se entrelazan
con la muerte del momento
y con el embriagador silencio.

Viejillo

Arranca el motor del coche
se dirige por la autopista
para llegar antes de la noche
con aquel tipo, a su cita
ese que habría de pasarle su vida,
su necesidad enfrascada.
Claro está, ha llegado
y se pone a la espera
Él viene y se deshace en evasivas
tras los ruegos, a cambio
de su voluntad propia
deja caer a sus pies las palabras
y que sucumba el silencio.
Pasan las lágrimas
y también los acontecimientos.
Se embarca al otro mundo
terriblemente decidida.
cuando él se marcha.
Sabe que hay muchos peros
que su pasión se difumina
y logra olvidar el atisbo de vidas
que la noche consume
mientras los pensamientos olvida.

Breves

Dónde empiezo
Termino una vez
Para en el principio recaer
Se despunta con un tropiezo
El exabrupto impronunciable
 -----------------------------
Poco tiempo queda,
tan poco,
para que perezca,
todo.
Por ambos bandos
nos alegraremos
y lamentaremos,
quizá, por otros.
El adiós, o no.
------------------------------
Me sonríe tu sombra
A lo lejos
Atisbo una respuesta
En el firmamento
Escucho una melodía y otra
Y transcurre el tiempo
Otra vez, de nuevo

Escritos de 2009

Sí, llegó el momento, localizé el lugar idóneo en mi mansión de soledad, cerré la puerta y me dirigí a mi cama, rodeada del aura abrumante de humedad. Me tumbé en ella y borbotearon de mis ojos lo que tanto había deseado, ¡lágrimas!. Se aceleraban los latidos de mi corazón y se me atragantaba la respiración, pero poco a poco fui sintiéndome mejor, más alegre, más sola. ¿Por qué lloraba? No lo sabía, pero algo sí reconocí y eso era que, tal vez, derramé lágrimas por todo lo que había contenido y negado a verter. Sin embargo, finalmente se agotaron mis sollozos y regresé al mundo. Salí, caminé entre las solitarias personas y volví a ahogarme en gritos de júbilo mientras nos acompañábamos con escuetas y superficiales miradas. Yo sonreía interiormente aunque nadie pudo verlo.
Y de nuevo regresé con mi ausente gesto a mi aislamiento.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Las palabras se difuminan con el viento.
No entiendo por qué nos empeñamos en el regocijo de ellas mientras le restamos importancia a la sutileza de las miradas.
Podemos pasar segundos, minutos, horas, días, meses, años, hablando con alguien y no haber descubierto aún el color exacto de su iris. Los ojos desnudan el alma, son el pasaporte a un mundo remoto lleno de incógnitas inesperadas.
Y sólo necesitamos unos pocos segundos para descubrirlo.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Se entreabre un leve átomo de oscuridad cuando bajo los párpados y oigo tu despertar, que me llama. Ajenos a la correspondencia de tus labios, se me adormecen arrancando bocanadas de aire. Y mientras, tu contaminante aroma que intoxica momentáneamente mis pulmones se ancla tras tu apariencia. La artificial magia es difícil de borrar, las espinas se clavan en mis venas hasta que arrastran la última gota de sangre. Mas son quebrantables las fantasías. Tu voz me grita ya tan lejos que no me alcanza y me duele. Sufro una terrible agonía que vierte humaredas y roba mis sonrisas. Decide transformarlas en medias y no en falsas, en verdaderas y no en sinceras. Cuánto quede de este gusto amargo terminará despidiéndose con un provisional adiós, pero volará en medio de la noche y el día suspendiéndose en la atmósfera.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Y sintió el voraz impulso de arrojar todo por la ventana. Cómo podía ser posible. La herida se había cerrado por completo, o al menos, eso era lo que creía. Pero cuando lo vislumbró ahí, entre aglomeraciones de silencios, ansió avanzar hacia él y arrastrarlo para siempre consigo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Crees que una situación puede permanecer intacta para siempre? El tiempo nos da y nos quita, y al final sólo queda lo que hemos cosechado o las cenizas de lo que hemos dejado pudrir. No más. Es sumamente fácil vivir así sin pensar ni reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos, creer que atravesaremos cualquier camino cuando ni siquiera hemos pasado por ellos. No, las cosas no son tan sencillas. Las oportunidades se deben aprovechar o dejar pasar, las posibilidades inherentes desde nuestro nacimiento nos permiten el lujo o la desgracia de tener buena suerte o todo lo contrario. Y aún así nos atrevemos a patalear porque no podemos realizar nuestros caprichos. Tal vez sea que hay algo más que un capricho que se nos escurre entre los dedos, que escondemos en el rincón más oculto y que no pretendemos sacar a la luz. ¡Ah! Y sí, eso es muchísimo más que un capricho, pero nos empeñamos en ver las minuciosidades y apartar aquello que no queremos descubrir.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
A intervalos se siente ridícula. Observando a lo lejos sombras de gente, colores indefinidos. Se oyen pájaros silbando en los gigantes árboles que contempla. Está sentada en un banco, frente a una iglesia erigida años atrás. Con los árboles amurallados bajo una capa de cemento. Ruido de coches, viento, voces. Silencio. Fragmentos de basura rodando por el suelo, con vaivenes inciertos. Aire ligero acelerando su velocidad. Tranquilidad. La vislumbran remotamente suponiendo el qué hace mientras sus rizos se enmarañan con la atmósfera. Y hablan, inventan relativas teorías, cruzándose contrariedades. Diversidad de sensaciones. Tumulto de bolígrafo acude a su llamada. Aprecia su respiración indagando la estructura de la iglesia, ve a un hombre surcándola por las afueras. El verde tóxico se refleja en las direcciones ejecutadas por el pequeño ramillaje. Y aparece de nuevo ese hombre, haciendo fotos de la magnificencia de la pintoresca arboleda. Ahora de la iglesia. Ofrece pintas de montañero, perro viejo. Con la mochila bien fijada. Oh. Música. Tradición de su pueblo: timple, laúd, guitarra; que se escucha de fondo. En este momento, la fuerza sostiene la escoria y es arrojada a su contenedor. Pitas escuetas, ladridos de perros. Movimiento de pasos. Dueña y perro ladrando dan un paseo. Naranja colorido y peludo. Vacío de calles de nuevo. No, se regocijan risas. Más gente, más pasos. Acercándose y alejándose, viviendo vidas. Surtido de trescientos mil colores. Sin embargo, ella sigue sin determinar cuál será el suyo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------

jueves, 24 de junio de 2010

Relato

I
Me arroja y aparta con su mirada, con sus ojos débiles, superfluos y ciegos. Siempre intenté convencerla para que se pusiese algo sobre ellos, unas lentes, por ejemplo, de esas que se anunciaban en la televisión, y así podría lograr atisbar alguna diferenciación de matices. Pero bueno, el amago fue banal y un completo fracaso: jamás conseguí convencerla para nada, ningún asunto. Entonces, decidí que la tendencia sería hacerla reaccionar, que se disparase una mecha y comenzara una carrera sin freno. Bien, una idea pasó por mi mente: coger cosas y esconderlas. Desde luego, no serían cosas relevantes, sino más bien objetos con fútiles aplicaciones, por ejemplo, uno de esos zapatos o vestidos que jamás se pondría. Apenas se percataría de su ausencia, tras largo tiempo y vanos intentos de encontrarlos, terminaría por aceptar que eso no había sido nunca suyo. Ni siquiera se acordaría de esas cosas, seguramente no. Pues bien, cogí un vestido azul y lo arrimé en un cajón de mi ropero. Al día siguiente, cuando ya se había ido a trabajar, le arrebaté tres pares de zapatos y los escondí bajo mi cama. Creo que no eran buenos lugares para ocultarlos, pero con la misma creo que también eran los mejores. ¿Cómo se le iba a pasar por la cabeza visitar mi cuarto? ¿Cuánto tiempo estaba fuera de casa, trabajando? ¿Cuánto tiempo permanecía fuera haciendo no sé qué cosas ni con quién? Al fin y al cabo nos veríamos poco. Con tantas ocupaciones creo que rozaba lo ridículo el robo. Por suerte, semanas posteriores, terminó por darse cuenta y se dirigió a mí:
- Ey. ¿Tú sabes dónde se encuentra mi vestido azul turquesa, ese que me puse para la boda de Roberto hace tres años?
- ¿Ese? ¿No se supone que lo tiraste a la basura días después de la boda, cuando la novia de Roberto te tiró encima un trozo de tarta? Creía que no lo querías volver a ver.
- No... Creo que al final me lo quedé. Esa fue una idea loca y de arrebato que se me pasó por la cabeza cuando me enfadé con esa mujer.
- Ya, supongo. Pues no lo sé, indaga en tu armario, debe de estar ahí.
- Sí... lo llevo buscando un buen rato y nada. Quizá lleves razón, debí haberlo tirado... En fin, cogeré otro.
- Bien.
Se puso el otro vestido y se largó, bueno, mejor para mí. La casa rezumaba soledad con su ida y me puse a tocar el violín imaginando su reacción cuando le quedasen aun menos vestidos. De los zapatos no dijo nada -para salir siempre se ponía los mismos y esos no se los quitaría-. A la madrugada llegó y se tiró en el sofá, estaba tan agotada que apenas se quitó los zapatos. Rápidamente durmió.

II

Nos despertó al unísono un golpe seco. Creímos que fue el vecino que vivía al  lado, quizá en un instinto de rabia, a saber. Era un hombre decrépito, sobre los cincuenta, que vivía solo y se dedicaba a contar el número de personas que pasaba por la calle, desparramado en la silla de su balcón. Sin embargo, erramos (¡una vez más!): el ruido provenía de nuestro propio hogar. Concretamente de nuestra puerta, alguien nos reclamaba, pretendía llamar nuestra atención y comunicarse con nosotras cuanto antes. Así pues con mi rostro somnoliento me dirigí a abrir. Me paré abruptamente en las inmediaciones del pasillo, me peiné ligeramente con la mano derecha, respiré a grandes bocanadas y con cierta brevedad en los lapsos finales retorné el camino hacia la puerta y abrí.
- Perdone. ¿Es usted la señora Gindos?
- No... Ella vive aquí. ¿Por qué pregunta por ella?
- Pues es un asunto privado. ¿Usted es su familiar?
- Así es. Y ahora mismo está durmiendo, odia las visitas inesperadas.
- Bueno, entonces hablaremos con usted y esperamos que se lo comunique con la mayor brevedad posible. ¿De acuerdo?
- Por supuesto. Empiece pues. No tengo todo el día.
- Bien. Vea esto que tengo aquí, es un vestido azul y hemos descubierto que le pertenece a la señora Gindos.
- Pe.. pero.... ¿cómo? Es imposible, si estaba....
-Ese vestido ha estado deambulando por toda la calle principal, ocasionando pequeños incidentes con los transeúntes. En vista de que no desaparecía el vestido hemos decidido cogerlo y tirarlo a la basura, pero al percatarnos de la alta calidad del vestido, supusimos que su dueña querría conservarlo.
- Qué extraño. Muchas gracias señores. Ya pueden irse.
- No. Necesitamos hablar con la dueña del vestido.
- ¿Para qué?
- Obviamente para devolvérselo.
- Creo que es absurdo... ya no merece la pena. Está en un estado lamentable, de verdad, esto es completamente ridículo.
- De acuerdo. Entonces vendremos en otro momento para hablar con ella a solas.
- No.... - Cesó de hablar abruptamente ante la inminente marcha de los agentes.
Bueno, sería mejor así, no sabría cuándo volverían pero al fin y al cabo poco le importaba. ¿No era así?

III

- ¿Así qué los has echado de aquí? ¿Sabes cuánto me costó conseguir ese vestido y el abismal aprecio que le tengo? A saber cuándo volverán con el vestido, se lo han llevado...
- Lo siento, madre. No era el momento apropiado para... despertarte.. creo que...
- ¿Crees qué? Estoy cansada, estoy harta de tu ineptitud, no sabes hacer absolutamente nada. Ni estudiar ni trabajar ni siquiera ayudar a tu pobre madre, tan sólo te dedicas a tocar el violín todo el rato. Y... ¿quién te mantiene?
- Tú, mamá, perdona. Me voy a coger algo de fresco... Hasta luego.
Le impedí volver a dirigirme alguna palabra pues casi corrí hacia la puerta cogiendo ávidamente el bolso y la chaqueta. Sí, tenía razón en todo lo que decía. Fue una idea estúpida robarle todas aquellas cosas, pero no me explicaba cómo ese vestido se había inopinadamente transportado a otro lugar, a la calle misma, quizá en un instante de desinhibición lo habría acercado al borde de la ventana y había caído. Quizá. Era lo más probable. Empecé a deambular... y vislumbré tantos rostros teñidos de terror, tantos párpados hinchados y comencé a preguntarme qué era de sus vidas. ¿Realmente eran tan decrépitas y estaban rodeadas por un aura de tedio? Por qué la melancolía se ceñía a sus caras fue una pregunta de la que no obtuve respuesta, no obstante, la inocente y usual alegría y desparpajo de los niños me sorprendía. Llegué incluso hasta a preguntarle a uno de ellos "¿por qué estás tan feliz?", cuando un padre estuvo momentáneamente ausente y lejos del alcance de la voz del niño, no de sus gritos en caso de que sucediese algo desagradable. El dulce e impulsivo niño me respondió con una voz cortante y a la vez angelical: "No lo sé". Y se quedó su rostro dubitativo en mis pupilas mientras me iba hacia otro lugar a divagar o a hacer algo mejor que no hacer nada. Tenía que asentarme en la realidad, realidad, parar de una vez las incisivas elucubraciones que me cubrían a cada instante. Ya era hora de acabar con las farsas, de poner los pies en la tierra. Devolvería todo a mi madre, le diría la verdad, buscaría su vestido y, por fin, buscaría un lugar donde trabajar. Sí, la irrealidad me consumía, la adoraba, el arte, los museos, ver los cuadros durante horas a solas o con compañía, y la música, la música era mi vida, pero ya había intentado banalmente vivir de ella sin resultados palpables. Así pues, había de retornar a casa.

IV

- Hola, ha sido culpa mía, todo lo que ha desaparecido te lo he quitado yo. Tu vestido azul incluido... ¿Hola?
Nadie me respondía, hablé como una autómata sin percatarme de que la casa estaba vacía y de que el propio vestido estaba sobre la cama de mi madre. ¿A dónde habría ido? Qué despiste, había dejado las ventanas abiertas y el cielo se comenzaba a nublar... Me fui a buscar todas las cosas que le había robado tan puerilmente y me percaté de que ya no estaban; habían desaparecido y ella se las había llevado, las había descubierto y yo no estaba ahí para explicarle mis razones.. Pero, ¿qué razones había? Prf. Qué súbita somnolencia me venía cuando me paraba a indagar los motivos inexistentes. ¿Qué me pasa? En claro no sacaría nada, así que seguí investigando por toda la vivienda el rastro materno.  Su ropero estaba semivacío, parecía como si el cuarto entero estuviese medio lleno, le faltaban algos. Ahora no me percataba de qué y sin más y sin palabras amalgadas en excusas la llamé. Se oyó su contestador y su voz: "Ahora mismo no me encuentro disponible, si eres tú, hija, la que llama, que sepas que estaré un tiempo fuera de casa, ya hablaremos cuando vuelva, besos."
- Bien, ¿y qué hago yo ahora?
Cerré las ventanas y las cortinas de modo que no entrara ni un ápice de luz ni de aire para insonorizar en la medida de lo posible todo aquello. Pensé en encender la televisión, en leer un libro, pero lo mejor que se me ocurrió fue coger el violín y ponerme a tocar. En fin, no sabía hacer nada mucho mejor que aquello. Ya hablaremos, ya.


miércoles, 23 de junio de 2010

Aire

El tedio. El tedio
se aleja desprendiéndose
por todos sus poros
por todos sus lares.
¿Me escrutabas por todo,
por nimias tardes
retorciendo el aire
con los labios y los ojos?
Se veían -¡muy lejos!- los mares
de una mañana clara
y un sopor tibio y palpable.
Así pasaba y pasaba
el tiempo, inexorable;
y se formaba una amalgama
con la tibieza del ayer inevitable.

miércoles, 16 de junio de 2010

Wiedre

El aire tardaba... tardaba tanto en llegar. El ruido asordado se mantenía en los tímpanos, mientras, resbalaban gotas de sudor por el cuello. Venía a abrir la boca, era muy gracioso cuando la cerraba y volvía a ensanchar, pues era lo único en lo que ella se fijaba. Lo único que veía cuando hablaba. Creo, creía, que, todo el resto, tan sólo, tan simplemente, sobraba, no debía estar ahí. Ese rostro, ese ligero sonido de las manos dando golpecitos sobre todo lo que tenía a su alcance, una eterna manía que no se borraría. Entonces, cuando tan sólo veía su labios, ciñéndose y expandiéndose cadenciosamente, retornaba una imagen a su memoria. Comenzaba a latirle el impulso de reírse. Pero, mira, si es que es la misma boca de mi bisabuelo, se mueve igual que cuando contaba las batallas de la guerra, pensaba. Qué bien se lo pasaba cuando era tan pequeña y él con aquel júbilo y ánimo de cualquier hombre de aquellas edades le contaba con aire de satisfacción y emotividad -intentando evitar imprimir cualquier sentimiento decadente o lúgubre- la mala situación por la que tuvo vivir en su pasado. Por ello, se destronchaba al verlo hablando. Y ahora prorrumpía el silencio. Dejó de escrutar aquellos labios y comenzó a ver a través de la ventana a la gente pasar. Intentaba mirarles a los ojos mientras ellos caminaban y el coche se movía, pero con ardua dificultad apenas lo lograba. Al menos podía intentarlo en cada paso peatonal, pero, claro, ¿cómo iba a ocurrírseles a ellos mirar acaso a los ojos a los propios conductores y menos a sus acompañantes si tan sólo ansiaban que aquellos coches frenasen de una vez para poder llegar a su destino final? Tenía un gran sentido lógico, desde luego. Aún así lo seguía intentando, hoy había indagado en muchas miradas ajenas y tan sólo encontró unos escuetos pares de ojos azules mar, la gran mayoría marrones. Creía, creo, que había vislumbrado muy pocos y además era insuficiente todo eso para ella. Vamos a ver, ¿de qué me sirve todo esto? ¿Deambular porque sí? El conductor del coche obedecía todas sus órdenes, eran irrevocables, parecía un zombi. Creo que le hacía el favor de servirla por algo, parece ser que si ella bien recordaba hoy era uno de esos días diferentes. Sí, esos días en los que se levantaba e inopinadamente olvidaba las razones por las que tenía que acudir al Conservadium, y le pedía al conductor, Wiedre, que la llevase con el coche a dar una vuelta por el campo, la ciudad o a donde fuese con tal de salir. Este vivía en su misma casa, en el cuarto contiguo y, ahora, divagando, se le olvidaba casi quién era, algo de sangre tendría, un pariente era, sí, debía ser eso. Wiedre era bastante servicial, ella no recordaba por qué, le parece que era un día especial. ¿Wiedre le habría hecho caso cualquier otro día del año? Para el caso, daba lo mismo. Hoy observaría los rostros e intentaría dilucidar algo, de acompañante en el coche solía coger la libreta en mano y escribir. Cuantas más vueltas daba el coche y el mareo se precipitaba en su cabeza, más efusivamente escribía, sin parar. Era bastante entretenido. Cuando alguno que otro se ponía a indagar el rostro de ella en el coche parecía como casi asombrarse. Ella se reía y ellos desviaban la mirada, sintiéndose intimidados. Esto la motivaba a garrapatear más en la libreta. Fascinante, decía. Tras varias horas se cansó y le pidio a Wiedre que hiciesen un descanso. Bueno, me temo que es hora de que te largues, Wiedre, fuera, sal del coche. Este obedeció sumiso y se quedó sentado en la acera esperando cualquier otro imperativo más. Nunca llegó, ella creyó que sería la mejor solución, ¿para qué Wiedre si ella se bastaba a sí misma? Arrancó el coche. Y se dirigió quién sabe a dónde.

Parque

Por un segundo estoy temblando de pavor mientras veo camimando a dos señoras de la tercera edad. Mi miedo a que el ser prorrumpa en exabruptos indescifrables aumenta. 
Me dice algo, ¿lo escucho? 
Le digo algo, ¿me escucha? 
Qué terror tan impalpable, tan insoportable, qué eterna naúsea sin llegar a vomitar nada. Sin ni siquiera escupir un ápice de ácido. Por favor, ¡qué terrible lástima me da! ¡Ese ser solitario! ¡Por favor! Cambia ya, vive, muévete, abre los párpados. Oh, vamos. ¿Por qué no atentas contra el desasosiego? ¡Por favor! Vuelve. No, no, ¡no!.

lunes, 14 de junio de 2010

Fuga

Cómo me divierto
trepando por la hilera
de pensamientos eternos
y, de lúcidas ideas que
apuntan maneras y se desvían
con templanza y desasosiego
por una corriente de melancolía.
Y que terminan por pulirse
tal como diamantes de sangre
para desembocar -una vez más-
allende el tiempo, en la inexorable fugacidad.

lunes, 7 de junio de 2010

H

Mareo
Vestigios 
De líquido
En el cuerpo
Ganas de 
Tirarse de
Los pelos
De precipitarse
En el deseo
De una sábana
Y un paseo
Hacia la entraña
Del mismo
Del mismísimo sueño
Y del desvelo

G

Cómo aborrecía el aire pegajoso del verano y que se le pegase a la camisa y a los pantalones, casi asfixiando su cuerpo. Venía de salir de la calle, de ir a visitar a su viejo amigo Sergei e ir a comprar un pan con resquicios de grasa y otros condimentos. Ahora que había llegado a la cocina y depositado el pan en la mesa, se fue a su cuarto y de pronto vio su mesa oscilando en el aire. Casi estaba como invitándolo a hundir o estampar su cabeza contra ella, a la propia altura del cuello, el color habitual de la mesa era marrón como la madera de pino y ahora se había ennegrecido. La mesa seguía oscilando y dando vueltas a su alrededor, como la cama y la silla, también el espejo. Los objetos se movían, él continuaba en reposo, extasiándose ante aquella prometedora visión. Era una realidad poco convincente y eso le agradaba aún más, cuanto más ajeno a la verdad estuviese, mejor, le gustaba que todo se moviese a su alrededor, desafiando las leyes de la gravedad. Sabía que esa mesa desde el principio había tenido esa tonalidad oscura y que subía y bajaba perpetuamente aunque sus ojos se empeñasen en verla siempre quieta. Se fue a su ropero, a cambiarse de ropa, pero el calor y las vueltas de aquellos objetos le habían producido naúsea. Se fue al cuarto contiguo, a intentar repeler aquella embriagadora y sofocante visión, pero se repetía la escena. Tuvo que optar por cerrar los ojos, indeciso, para desquitarse el miedo que empezaba a acometerle y se desvistió súbitamente. Arrojó las ropas al suelo y se tambaleó -no tanto como la estantería, que parecía querérsele caer encima- hasta la cocina. Tomó un vaso de agua y las pastillas que se encontraban sobre la repisa. Le entró una terrible somnolencia, el techo giraba, formaba espirales, vislumbraba una forma, un... un...
Cayó al suelo, con los párpados apretados.

viernes, 4 de junio de 2010

F

Entro en el banco. Me dirijo a preguntarle a la mujer tan guapa y bien arreglada que si me podrían atender. Me dice que espere un momento a que el otro señor acabe con aquella chica. Espero sentada, sin pensar en nada, sin mirar nada. Cojo la revista, me pongo a leer un artículo sobre economía y frases de personajes famosos que intenta decir algo. Sólo al final del último párrafo descubro qué quería decir. Me pongo a observar las mesas. Hago un hallazgo. Cuando entro por la puerta, a mi izquierda, hay una mesa donde está sentada la mujer arreglada, y al frente hay dos mesas unidas donde está el señor atendiendo a la chica. La mesa donde está la mujer permite que se vean sus zapatos y parte de sus piernas, lleva tacones y luce un vestido. Muy bonito todo ello, pero, ¿a mí que me importa que lleve tacones?  Lo hace por tener buena imagen en su trabajo, eso es importante, supongo. Me voy a la otra mesa donde está ese señor tan grande y aparentemente simpático, no se ve absolutamente nada. Es exactamente la misma mesa y ésta no permite ver ni los zapatos, supongo que los zapatos de hombre son menos interesantes de ver. Ya veo que va a acabar con la chica, cierro la revista con el enigmático artículo y me siento en la otra silla, cara a cara con el grandullón. 
- Tome - usé un gesto para expresarle lo que quería decir.
- Ajá, espere un momento - Se fue a fotocopiar el papel, y después a teclear en el ordenador.
- ¿De qué curso es?
- Está en el papel que acaba de fotocopiar, además, ya lo ha escrito en el ordenador.
- Ah. Cierto.
Terminó con todo eso, sin volver a dirigirme una palabra y me fui. Al tiempo en que abrí la puerta el tipo amable casi gritó.
- Ey, chica, espere. Se deja algo.
- ¿Qué?
- Tome, el papel es suyo.
- Ah. Quédeselo.

jueves, 3 de junio de 2010

¿Amor?

Me gusta cuando cerramos los ojos y nos dejamos llevar
Me gusta el surco de los ojos al, la luz, brillar
Que me beses y que nos besemos
Sintiéndolo, ya sea demasiado, ya sea poco, ya sea sincero
Realizamos un recorrido húmedo y empañado al besar
El uno al otro, el cuello, la boca, los sueños
Si empezase a echarte de menos voy a acabar
Por rogarte que permanezcas a mi lado
A todas horas, en todo momento, y me arrancarás
Tantas sonrisas y tantas caricias que ya lo creo
No sabré más que decirte dos palabras: 'te quiero'