sábado, 20 de marzo de 2010

Suficiente

No es suficiente con eso,
con que llames, con que te evades,
no fue algo maltrecho, sólo momentos
se dijo adiós, y sin lamentos
mas es temprano para tempestades.

Jugueteo con palabras susurradas
al viento, a cualquier mirada
aunque hablases, no es suficiente
con que tu sonrisa aterciopelada
me escrute, nada se arroja de mi mente.

No, usted pretende cambiar mi alma
pero desconoce que ha sido quebrada
desde hace mucho, antes de perpetuarse
cuando ahora un pedazo se reclame,
negaré, y no por oportunidades.

Que ya fue demasiado tarde,
que la corrupción es inexorable
y las lágrimas derramadas
retornarán a la vorágine que deshace.

Gritaré otra vez más
que aunque suspiros exhales
con que en segundos me tientes
y me devuelvas la sonrisa,
no, no es suficiente.

Bañera

Cae pesadamente la cabeza
sobre las piernas
y se sumerge en la bañera,
haciendo a las burbujas borbollear.

Una desentonada canción recuerda
y, de repente, se abre la puerta,
escucha del visitante el grito de sorpresa
a la vez que su mirada atraviesa
las cortinas de agradable color violeta.

Deseos de que el vapor desaparezca,
por un lado con ligereza,
y por otro con pesadumbre, que no perezca.

Las exhalaciones nerviosas se presencian,
de ambos contrincantes, sin intentar
una comunicación mutua, y mientras
esperan con pudorosa paciencia
que el acre sabor de la pereza
se transforme en movimiento, en meta.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Noche

Hoy tenía ganas de fumar, inhalar el humo hasta que le intoxicase el último ápice del cuerpo. Hasta que cada recoveco se conviertese en una apabullante vía enorme e insulsa, y que el último término de todo se dirigiese a su principio. Ansias de retornar al pasado, tan idolatrado por el recuerdo, recacormido, como pudiese ser el primer amor. Retumbaba en los labios una fúnebre marcha de exabruptos, anhelantes. Esta mañana se había despertado con el aroma de la noche, del silencio. Afortunadamente, esta vez, había logrado dormir algo, aunque fuese una hora. Días antes, el insomnio se había anclado en sus noches, deambulaba irreflenablemente por el entramado de su "hogar". Esta vez, ni siquiera era suyo, si no de uno de aquellos tipos que había conocido a las tantas en un bar. Todo sucedió más lentamente de lo normal. Desde luego, aquel día el hedor del alcohol urdía con saña el ambiente, y apenas distinguía entre luces y oscuridad. Después de todo, venían a significar lo mismo. Y aparecieron aquellos ojos irrevocablemente pardos, que subrepticiamente brillaban por entre la muchedumbre, y jugueteaban con las sombras del lugar. Era una mirada intensa y perpetuamente fija en la entrada, esperando la llegada de alguien que no fuese a borrar sus lamentos con la bebida, alguien con quien poder hablar, que supiese, al menos, algo de música. Llegó entonces ella, buscando un alivio al insomnio y percibir el hálito de vida de los perdedores. Esos ojos se perdieron en su cuerpo, pelo, y sobretodo, rostro, la escrutaban atónitamente. Qué clase de persona sería para caer en ese lugar, cómo se había extraviado su estilo de vida a tal forma. Es más, daba hasta miedo, verla ahí, tan desacorde con el resto de sujetos, sin ganas de relucir de cualquier forma ni llamar la atención gritándole a todos lo patético y monótono de su vida como tantos hacían noche tras noche. El silencio la inundaba. Se sentó en la barra, esperando que él dijese algo, pues la atracción era mutua, pero solamente la observaba perplejo y acongojado. No se dirigieron ni una palabra. Tras llegar a la tercera copa y considerarla como última y suficiente, y confesarse que no había extirpado ni un vestigio de aquel desasosiego nocturno, además de que él no pretendía una comunicación, tomó la decisión de largarse a caminar entre las calles concurridas de la ciudad, rumbo a ninguna parte. Pagó, hizo un gesto de manos, se levantó y dirigió a la puerta, y con sigilo comenzó su trayecto. De repente, oyó unos pasos tras sus huellas dejadas en el asfalto, a lo que respondió parándose en seco y tornando su cuerpo. Era él, de nuevo, y seguía su mirada escrutándole las pupilas y arrancándole cada uno de sus pensamientos. Parecía que cavilaba y divagaba profusamente, sobre qué decir o hacer. Pero ella, no pudo más aguantar la espera, se acercó lisonjeramente al brillo y el pudor de los ávidos ojos. Un círculo cromático se le pasó por la cabeza, hasta derivar en oscuridad, negro, se arrojó a los labios, y él callaba, aclamándole sin palabras aquel contacto. Decidió llevarla a su casa, ambos con copas de más, pero no importaba, se necesitaban, en aquella noche, no había nada más que la decadencia y atracción subsistente. Y, así, sin palabras sucumbieron a sus almas desgarradas, bebiéndose uno la aflicción del otro. De esta forma, pasaron lo que quedaba de madrugada, agarrotados en las sábanas. Ella logró dormir aproximadamente una hora, escueto, pero suficiente. Como siempre, sin avisar, al despertarse, silenciosamente, se dirigió hacia la salida. Abrió la puerta, y prorrumpió en la calle, medio desorientada, rememorando el camino que había tomado para llegar hasta ahí. Entonces, como un rayo aparecieron a grandes trazos las imágenes de anoche, de lo que había hecho, de lo espléndido y absurdo del encuentro. Incluso hasta del pudor, de temblores y del pánico al rechazo. Pánico al rechazo. Lo odiaba. Lo había padecido desde que tenía conciencia de sí misma, antes de establecerse en su entramado de relaciones esporádicas, antes de comenzar a ignorar el resto y mostrar su indiferencia desde lo nimio a lo esencial, e irremediablemente cotidiano. Tan sólo deseaba alejarse, percatarse de que ni siquiera recordaba su nombre ni dirección, ni guardaba en alguna nota mugrienta su número, como hacía escasas veces con aquellas experiencias memorables. No, desconocía absolutamente todo. Y le gustaba ese desconocimiento al respecto, no sabría cuando lo volvería a ver, si es que llegaba a acontecer un reencuentro, ni siquiera si él realmente querría repetir y toleraría una conversación. El desasosiego e intranquilidad deambulaban por sus movimientos mientras divagaba sobre qué haría en una nueva situación con aquel extraño. Por ello, el cigarro se encendía y la ayudaba a cavilar, profusamente, por los lares de la imaginación, por un momento perfecto.

domingo, 7 de marzo de 2010

Irrefrenable

Mil y unas veces pedí perdón por haber hecho esa propuesta. Y aún sigo sin arrepentirme. Cuando meses atrás recorría la bahía con mis dos únicos amigos, que habían de alejarse definitivamente de mi vida, me encontraba parcialmente aturdida. Había recibido sucesivas negativas por parte de un sujeto que no se atrevía a dirigirme más de tres palabras seguidas y comenzaba a desgastarse mi paciencia. Sabía que sus intenciones no eran viles, pero me ofendían profundamente. Queríamos hablar y tener una comunicación menos ahogada, sin embargo esa cohibición y razones ocultas lo impedían.
Así pues, reflexionaba sobre esto y los deprimentes acontecimientos mientras veía a los perros ladrar y a mis amigos moviendo la boca y gesticulando vigorosamente. Me entrometí en su acalorada discusión y logré interrumpirla para decir una habitual incongruencia. '¿Por qué no nos metemos en el agua?', dije, y ambos mostraron cara de pavor. Estaba congelada, lo suficiente como para helarte el aliento y el alma, y que las palpitaciones se aceleraran de tal modo para originar algo de calor. El rechazo fue inmediato.
Se intoxicaron mis pensamientos en su rotunda negativa y me vi en la tesitura de tener que hacerlo por mí misma. Necesitaba 'respirar', reducir la ira y represión, debía llenarme hasta los orificios de las orejas de frío. Así despertaría y dilataría mis pasiones en un nimio naufragio. Entonces, con la perplejidad en los rostros vieron como me desnudaba antes los perros, viandantes y el atardecer para zambullirme hasta el fondo. Y el agua estaba mucho peor de lo que imaginaba, además de que tiritaba y me entraban súbitos espasmos, se visualizaba un color translúcido y vestigios de agrios líquidos y desperdicios. Su sabor me repugnaba, mas nadar y bucear hasta el límite eran tentativas superiores. Quizá el encuentro con los peces me chocó, pues buscaba una soledad que no hallaba en la superficie, pero prolongué el viaje a dichas entrañas, admirando el paisaje subacuático hasta que las reservas de oxígeno se vieron amedrentadas.
Subí a la superficie otra vez y me encontré con los rostros aterrorizados de mis nuevos acompañantes. Allí se encontraba la policía, dispuesta a esposarme y arrestarme para declarar en comisaría, mis ropajes habían desaparecido -quizá destrozados por algún perro-. Y uno de mis amigos lloraba precipitadamente, el otro ya no estaba. También había una ambulancia, ¿dónde estaba él?
Me dijeron que había ido a "rescatarme" de las entrañas, pues desconocía y siempre había tenido en mente el peligro que corría cuando me sumergía en el agua, pensaba en mi incapacidad para resistir, temió por mi vida y se dirigió a las aguas minutos después de que yo desapareciese en ellas. Con su miedo exacerbado, nadó y nadó allende la costa, puesto que no me localizaba y, de repente, se vio inmerso en una vorágine. El agua lo arrastró durante eternos minutos sin poder resistir a su exasperante fuerza, hasta que chocó con una zona costera prevista de abominables rocas. Un pescador lo vio, y en vista de que la marea se calmaba, pudo recogerlo. Aún respiraba, pero sufrió daños irreversibles, el impacto de su cuerpo le produjo una parálisis en ambas piernas.
Desde ese día mis únicos amigos dejaron de dirigirme la palabra. No nos volvimos a ver. No sé si se mudaron, pero no conseguí seguirles el rastro. Sólo sé que aquella locura por desencadenar pasiones reprimidas era irrevocable, que eso tenía que ser. El mar era el que me esperaba y ahora estoy frente a él, susurrándole a su brisa que ya voy, ya es hora de un nuevo encuentro.