sábado, 28 de noviembre de 2009

Poema narrado

Ahí está mi madre ahíta de fregar
Era la novena vez que la lejía caía
Y mientras el líquido se escurría
Comenzaba su crepitante lamentar
Se escudaba en el cenizo suelo
Resbalaba y se estampaba contra la pared
Tras inciertos instantes su pelo
Se entremezclaba con un inopinado trance
Sus decibelios se disponían a aumentar
Me irritaba las entrañas su continuo gritar:
-Sí, madre, yo hice que se vertiera
El aroma de la lejía por toda la alcoba
Por favor, precediendo al descubrimiento sea
Usted benévola conmigo y no recoja
Ni una mísera gota de agonía
No, amada mía, cuidadora eterna
Ni se te ocurra arrojar tu monotonía
Por la polvorienta ventana trasera-.
Madre, ¡qué has hecho!
Fue culpa mía, recuerda de mí
Que te he apreciado y que te quiero
Esos pedazos de cristal se entierran
En las yemas de mis dedos
Mientras la sangre borbotea
Y veo tus ojos, lejanos, escrutando el cielo

lunes, 23 de noviembre de 2009

Amor en vías de escape

Me despierta una pesadilla
en ella, tú, hace días que no llamas,
semanas, dijiste "volveré a llamar",
pero el vaho de tu aliento aún
no me ha susurrado en el cuello nada
y descaradamente, ahora suena el teléfono.

Tú de nuevo, ¿quién te pidió aparecer?
ahora soy yo quien no te llama,
que me echas de menos, te atreves a insinuar,
corazón, el tiempo ya corrió por los dos,
vestigios de tu voz todavía retumban en mi cama
mas tú, corazón, para mí ya eres nada.

Rozabas la perfección con tus melena alocada,
pero ahora eso sólo es recuerdo de ilusión,
que ya no retornarás a mi amor, corazón,
formas parte del pasado de antaño, amor.

¿Rememoraciones de tus caricias?
que me ponen la piel de gallina,
sí, corazón, aún padezco de esas palpitaciones
mas desconfía que tus intenciones
desaparecieron hace tiempo en mis días.

Corazón, que se me olvidó decirte
algo que todavía me hace bramar
que no me deja descansar y, terrible,
fue el motivo de mi pesadilla,
tú aparecías y me susurrabas:
'amor, tu brillo me ha paralizado'

Poem

Sombra remota que peca
intentando pronunciar un eco
que despierta una mueca
en ruborizados cabellos
-demacrados y polvorientos-.

¡Oh! Endemoniada alma
que te disfrazas de palabras
pertubadores designios
encomiendas con silencios
-como cadencias sin sentidos-.

Y sostienes ¿tú?, mismísimo
Anticristo, pura vileza,
que los días insípidos
son fruto de la maleza
intrínseca de aviones
zumbantes de reflexiones.

Osas contradecir al pensamiento
¿que no vivimos murmullas?
ay, inocente marea, eres miedo
para tempestades mudas
no te preocupes mensajero
tu hastío será lo que te consuma.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Hálito

Increíble era cómo cada vez que hablaba con alguien lograba atisbar el ángulo exacto en el que miraban aquellos ojos, el cariz de las pupilas y la forma en la que se entremezclaban con los diversos matices del iris, ni siquiera atendía al surtido de señales que trazaban el momento. Se quedaba impreso en la magnitud de aquellos ojos, a pesar de que sonasen cadencias de voces apresadas de apreciable significado, aunque la tormenta amenazase con engullir el tejado que los sostenía. El balbuceo de palabras hacía constancia mientras se sumergía en sus divagaciones sobre qué trayectoria y qué clase de acontecimientos habían pasado esos ojos.

Irrevocable, tú

Atisbos de recuerdos y de ensoñaciones unidos a la arraigada melancolía que cosecho cuando te recuerdo. Porque los sucesos que acontecen me hacen recordarte, a ti y a tu olor, también a tus palabras, que me acariciaban la espalda y ruborizaban mis cabellos. Desde luego, no dejan de persistir tus ojos de mar en las tan infrecuentes -ahora- rememoraciones. Pero es que, te irás -ya lo creo que sí- muy pronto, demasiado, te echaré de menos. Sí, no sé el qué, quizá tu presencia lejana, mis ansias de amar algo vertidas en ti. Y seré un nombre borrado por siempre en tu memoria, junto con muchos otros, aquella que fue tan sólo una más entre otras, en eso me convertiré -nos convertiremos-: en huellas de ceniza. Amor oxidado, no te darás cuenta jamás de que tú permanecerás en mis evocaciones, sí, sí. Que todavía tengo el descaro de decir que te quiero, tan sólo porque necesito querer a alguien. Y es que sin la visita escrutadora de tus ojos aún siento su llama arder, los lisonjeros pasos que recorres, leves, hacen mella todavía en mi desaliñada compostura. Ay, en fin, tan sólo desearía un último momento, aunque breve, juntos, a pesar de que no fuese como mis sueños de antaño. Por favor, recórreme las entrañas, por una última vez, házlo pronto, antes de que sienta que esta chispa no retorne, exclusivamente regálame una mirada.

martes, 3 de noviembre de 2009

M

Tengo ganas de escribir. Me invaden una y otra, y retorno a la una y vuelvo a la vez. Madre mía. Cómo me inspira un piano, una melodía, una música. Necesito expresar estas ansias de rozarla lo más cercanamente posible. ¿Cómo osas ser tan maravillosa? Espectacular e impredecible. Llena de magia, adquiriendo énfasis diversos por momentos. Te amo. De verdad, tu voz supera a cualquier otra humana. Tu sinceridad me abruma en exceso, no te puedes comparar a otro. A un él. A unos azules ojos e intrincadas palabras. Ni tampoco a una tristeza aparente en el caminar. Eres todo. Música, eres diosa, omnipresente, omnisciente, omnipotente. Tú eres mi todo, por ti vivo. Las palabras foráneas se convierten en melodías disonantes, unas ocasiones espeluznantes, otras acogedoras. Pero yo, música, te seguiré manteniendo en mi regazo, acunándote y cuidándote. Pues tú no te irás de mis manos, siempre estarás pegada junto a mí, las dos formaremos un tratado irrompible, en la que cada una vivirá para la otra. Sólo por y para aquella otra; y para siempre inseparables.

Improvisación

A intervalos se siente ridícula. Observando a lo lejos sombras de gente, colores indefinidos. Se oyen pájaros silbando en los gigantes árboles que contempla. Está sentada en un banco, frente a una iglesia erigida años atrás. Con los árboles amurallados bajo una capa de cemento. Ruido de coches, viento, voces. Silencio. Fragmentos de basura rodando por el suelo, con vaivenes inciertos. Aire ligero acelerando su velocidad. Tranquilidad. La vislumbran remotamente suponiendo el qué hace mientras sus rizos se enmarañan con la atmósfera. Y hablan, inventan relativas teorías, cruzándose contrariedades. Diversidad de sensaciones. Tumulto de bolígrafo acude a su llamada. Aprecia su respiración indagando la estructura de la iglesia, ve a un hombre surcándola por las afueras. El verde tóxico se refleja en las direcciones ejecutadas por el pequeño ramillaje. Y aparece de nuevo ese hombre, haciendo fotos de la magnificencia de la pintoresca arboleda. Ahora de la iglesia. Ofrece pintas de montañero, perro viejo. Con la mochila bien fijada. Oh. Música. Tradición de su pueblo: timple, laúd, guitarra; que se escucha de fondo. En este momento, la fuerza sostiene la escoria y es arrojada a su contenedor. Pitas escuetas, ladridos de perros. Movimiento de pasos. Dueña y perro ladrando dan un paseo. Naranja colorido y peludo. Vacío de calles de nuevo. No, se regocijan risas. Más gente, más pasos. Acercándose y alejándose, viviendo vidas. Surtido de trescientos mil colores. Sin embargo, ella sigue sin determinar cuál será el suyo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Ojos

Cayendo cíclicamente al tiempo que asciende y roza los astros. Se encuentra en una oscilación recíproca con su imagen en el espejo mientras hace el amago de hallarse a sí mismo, en la espesura de cavilaciones delirantes. Los lapsos de tiempo se transforman en horas, sin sentido. Empero sigue sin comprender que no nació para desarrollar los mismos hábitos que los otros. No nació para ser uno más del montón que vive desmesuradamente agotando los recursos y asfixiándose en el consumismo alocado. No, no fue concebido para vivir superficialmente, adscrito a los típicos aspectos imprescindibles de todo humano. Sólo existe para observar las trivialidades y cómo el ligero pero inexorable paso del tiempo va formando cúmulos de recuerdos hasta que una catástrofe los reduce a cenizas. Nació para distinguir la belleza de una palabra con la de una mirada, para detallar el cariz de los colores y confundirlos con sonidos enigmáticos. Y sobretodo, para admirar vehemente las sonrisas foráneas, apegadas al fulgor de ojos. Profundos. Únicos.