martes, 3 de noviembre de 2009

Improvisación

A intervalos se siente ridícula. Observando a lo lejos sombras de gente, colores indefinidos. Se oyen pájaros silbando en los gigantes árboles que contempla. Está sentada en un banco, frente a una iglesia erigida años atrás. Con los árboles amurallados bajo una capa de cemento. Ruido de coches, viento, voces. Silencio. Fragmentos de basura rodando por el suelo, con vaivenes inciertos. Aire ligero acelerando su velocidad. Tranquilidad. La vislumbran remotamente suponiendo el qué hace mientras sus rizos se enmarañan con la atmósfera. Y hablan, inventan relativas teorías, cruzándose contrariedades. Diversidad de sensaciones. Tumulto de bolígrafo acude a su llamada. Aprecia su respiración indagando la estructura de la iglesia, ve a un hombre surcándola por las afueras. El verde tóxico se refleja en las direcciones ejecutadas por el pequeño ramillaje. Y aparece de nuevo ese hombre, haciendo fotos de la magnificencia de la pintoresca arboleda. Ahora de la iglesia. Ofrece pintas de montañero, perro viejo. Con la mochila bien fijada. Oh. Música. Tradición de su pueblo: timple, laúd, guitarra; que se escucha de fondo. En este momento, la fuerza sostiene la escoria y es arrojada a su contenedor. Pitas escuetas, ladridos de perros. Movimiento de pasos. Dueña y perro ladrando dan un paseo. Naranja colorido y peludo. Vacío de calles de nuevo. No, se regocijan risas. Más gente, más pasos. Acercándose y alejándose, viviendo vidas. Surtido de trescientos mil colores. Sin embargo, ella sigue sin determinar cuál será el suyo.

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