miércoles, 26 de mayo de 2010

Mum

Pum. Puuuuuuum. PUM. Se oía el golpe de un martillazo limpio sobre la pared. Hoy era el cumpleaños de mi madre y le había pedido cincuenta euros para hacerle un regalo. Me dio el dinero y ese mismo día las dos fuimos a escoger el regalo idóneo. Mi madre entraba a cada tienda que veía y se solía pegar media hora como mínimo en cada una. Miraba todos los objetos expuestos, la ropa, los collares, todas esas cosas que tanto adoran las madres, con los ojos relamidos y unas enormes ojeras, y se decidía a seleccionar uno de ellos cuando lo escogía previamente otra persona. Entonces, la persona que cogía ese suéter celeste tan llamativo era la que decidía el regalo de mi madre, no era yo, ni era ella. Mi madre se dirigía a la chica que estaba mirando el suéter celeste y le decía que le gustaba y que dónde encontraría más. La chica amablemente le respondía y señalaba una dirección, a la que con afán iba mi madre. Veía el suéter, le encantaba, qué buen gusto había tenido aquella chica, qué bien quedará, entonces cogía ese, y otros del mismo modelo y diferente color y se los llevaba al probador. Uno por uno se probaba, yo le cargaba los suéteres que no iba a ponerse sobre mis brazos, apoyada en la pared o sentada. Cada vez que se probaba uno su pensamiento se escindía en dos vertientes, la del sí y la del no, le gustaba cómo le quedaba, ahora el color no era el apropiado, se probó otro verde, no, desde luego que no, uno rojo, le encantaba. Aunque yo se lo veía y no me convencía, creo que le hacía demasiada barriga, no se lo dije por no quitarle la ilusión, pero ella misma ya empezaba a notarla, aunque no veía gran obstáculo en eso. Supongo que no lo era. Se decidió por el rojo. Miró la etiqueta y vio el precio, empezó de nuevo a oscilar el no por su cabeza. Por dios. Qué caro. Buscaré otra cosa que sea más barata, si al fin y al cabo no era tan bonito el suéter. Repasa las prendas de ropa de la tienda otra vez, ve de nuevo a una mujer cogiendo un vestido colorido, mi madre le dice que dónde estaba y que era precioso. Se lo prueba, le queda jodidamente bien, le encanta, mira la etiqueta. No. Le dije que yo se lo pagaba, que por un día no pasaba nada, pero renegó una vez más. Demasiado caro. Al final, nos fuimos de la tienda y pasamos por otra de bisutería. Le gustaba casi todo, y le dejaba de gustar en cuestión de segundos. Nada le llamó la atención. Aunque se probó dos collares, cinco anillos y más de tres pares de pendientes. Nos tuvimos que ir porque casi nos echaban de cada tienda a la que íbamos, mi madre preguntaba a cada dependienta, además de a las clientas, que de dónde había salido esto y aquello sin realmente comprar nada. Entendía que se hartasen, yo le insistía en que no fuese tan pesada, que la gente necesitaba estar más a su aire y que las dependientas tenían que hacer veinte mil cosas. No me hacía caso, creo que cuanto más le decía, más procuraba borrar mis palabras. 
Se hicieron las nueve de la noche, y estábamos exhaustas, ella no se había comprado nada, decía que cuando fueran las rebajas ya se compraría algo, ya. Siempre la creía, sabiendo perfectamente que en rebajas no le gustaría absolutamente nada, que todas las prendas tenían desperfectos, que no habían tallas, pero ella parecía que confiaba a ciegas en que encontraría algo perfecto y barato. Bueno, qué remedio. Llegamos a casa, hoy era su cumpleaños, había que celebrarlo, darle un regalo... Se recostó sobre la cama y se puso a hablarme de lo bonito que era el suéter celeste, que le había gustado mucho y que mañana se lo compraría, definitivamente. Ya, madre ya. Mañana vamos. Descansa. Y le di dos besos en la espalda y un abrazo. Feliz cumpleaños.

martes, 25 de mayo de 2010

Desaparecer

Abre el compartimento, a su derecha, mientras atisba fragmentos resplandecientes en el interior, saca el anillo y se lo pone en su dedo. Al menos, eso intenta, pero no puede injertarlo en el dedo índice, ni el corazón ni el anular, quizá quepa en el meñique, no, tampoco. Inopinadamente, prorrumpe en ridículas lágrimas, sabe que no tienen sentido, es inútil que un anillo de ese tamaño quepa en algún dedo, pertenecía a su infancia y ahora lo rememoraba, había pasado una y otra vez cerca de la mesa donde se encontraba sin atreverse a buscarlo, recordar el color que tenía en un pasado, viendo el actual, mohoso. Se limpiaba con el mango de la chaqueta las ligeras gotas y toleraba que su mente divagase sobre el futuro, y el presente. En un juego de niños, se prometieron que se casarían dentro de muchos años, se dieron esos anillos mutuamente. Y mantuvieron esa amistad aniñada hasta el momento, pero nunca se casaron, de hecho, nunca fueron más que amigos con un enlace de amistad bastante irreducible. Temía que los acontecimientos derivasen en una separación -que ya se había producido con anterioridad-, pues ambos tendrían que marcharse a otro lugar para continuar con sus vidas, y, sin embargo, realmente no se había planteado nada más que un contacto telefónico y visitas ocasionales con él. Pero ahora que ambos se dejarían de ver por mucho tiempo, él hablaba y callaba, terminó acudiendo al cine de los jueves, como siempre, vieron una película, y tras el final, se fueron a una cafetería para criticarla y hablar sobre temas personales. Aunque esa vez estaba demasiado silenciosa, de un modo desorbitado. Se marcharía algo antes que ella, unos cinco días. Sabía que el trabajo le impediría tener más ocasiones para verla, y que esta sería una de las últimas. Tendría que confesarle de una vez toda aquella perturbación que comenzaba a sentir hacía dos años. Le manifestaría sus sentimientos, por fin.
- Hay algo que me reconcome por dentro desde hace mucho.
- ¿Qué? ¿Que no aguantas ya a tu perro?
- Sí, bueno no. Eso y otra cosa.
- No sé si has notado cambios en mí durante estos dos últimos años.
- Sí, todos cambiamos con el tiempo, es normal que pase.
- No, no me he explicado bien, quiero decir, que si has notado cambios con respecto a mi comportamiento contigo.
- Puedo decir que... estás como siempre, no me asustes, por favor.
- Qué forma de mantener esta firmeza, esta convicción me resquebraja completamente.
- Dímelo de una vez, la impaciencia me mata.
- Por favor. Esto es importante, al menos para mí. Tengo que decir que... que...
- ¿Por qué callas? No me gusta ese silencio, pareciera que...
- Que no puedo dejar de pensar en ti, ni en lo que queda para volvernos a reencontrar, para que me llames y quedemos en un concierto, un teatro, o simplemente en una cafetería. En todos mis sueños no dejas de aparecer y sonreirme, mientras yo me derrito como lava y resbalo por un acantilado, mientras sigues riéndote y burlándote de mí. Y tus ojos, tus ojos me ciegan mientras me convierten en lodo, no puedo eludirlos jamás, en ninguna evocación tuya. 
- Vaya. ¿Qué pretendes que diga?
- No sé qué sentirás por mí, una simple amistad, es lo más posible, pero sólo quería confesarte esto porque sé que no podría marcharme con estos pensamientos en la cabeza, tenía que decir la verdad. Por mucho que nos pese a los dos.
- Siento que me tengo que ir, no puedo hablar ahora, no sé qué decir. No lo sé. Lo siento, perdóname, por favor.
Y ella se marchó, se fue y no contestó a ninguna de sus llamadas ni mensajes, hasta desactivó el telefonillo automático de la casa para evitar que sonase el timbre y fuese él. Transcurrieron tres días, tan sólo dos quedaban para dar una respuesta, aunque él no la hubiese exigido. Debía tomar una decisión, lo llamó:
- Por fin retornarán las hojas de nuestra amistad.- Casi a gritos habló. Se palpaba su desesperación y el fraude de las palabras, se convirtió en víctima de las mismas.
- Sí, te llamo porque ya es hora de que hablemos. Ha pasado demasiado y no voy a romper  la amistad por el miedo.
- Estupendo. ¿Podríamos quedar otra vez donde la última?
- No, preferiría que vinieses a mi casa, para poder hablar sin tanto desasosiego. Ya sabes.
- Tienes razón, iré y estaremos, bien, con tranquilidad charlando. ¿Cuándo...?
- Ya. Por favor, quiero verte.
- Bien, me preparo y estaré dentro de unos veinte minutos. Espera.
- Esperaré.
- Y... - Ella abruptamente ya había colgado el aparato. Se recostó sobre el sofá con Pavor , su perro, mientras escrutaba el mando del televisor y nadaba en el mar de dilucidaciones y la pantalla de colores.
Salió él, llamémosle Vo, deambuló exhausto por el asfalto, se precipitaba a la desesperación. En sus venas violáceas se palpaba el anhelo, las terribles ansias de que llegase el momento, dilatándose y oscilando initerrumpidamente. Sucumbió a toda la amalgama de sueños que había surcado como un arcoiris el cielo de su imaginación, ella le llamaba, venía y respondía, le solicitaba que estuviese ahí. Se produciría el reencuentro. ¿Cómo iba a ir, a llegar a su casa en veinte minutos? Claro, cogería un coche, el suyo propio lo llevaría hasta ahí, cómo no se le había pasado por la cabeza, cómo había sido tan estúpido. Por favor, es sencillo arrancar un coche, coger las llaves, insertarlas, girar, sí, escuchar el ruido del motor.  Empezar a conducir por los laberintos de la ciudad, tan sólo veinte. En veinte volvería a hablar con ella, a verla. Llegó. Tocó. La puerta se abrió.
- Por fin, hola -Ella.
- Eh... Sí. Hola. ¿Cómo estás?
- Normal. ¿Y tú?
- Me parece que bien. ¿Por qué tanta prisa?
- Quiero decir que he repasado y recapitulado cada una de las últimas conversaciones que tuvimos. Y me ha costado tomar una decisión...
- En ningún momento te la pedí realmente. Lo siento.
- No, no es tuya la culpa. Esto se ha propiciado solo.
- Supongo...
- En fin, quiero hacerte una propuesta. Antes de que nos marchemos, ¿por qué no lo intentamos? Aunque esté de por medio Pavor y León, él no sabrá nada, lo prometo.
- ¿Acabarás con tu fidelidad por mí, acaso?
- Tan sólo dos días, por favor, Vo. Me ha costado tanto haber llegado hasta aquí. ¿Estás dispuesto?
- Si no me queda más remedio... Soy incapaz de negarme, y menos ante algo tan...
-... ¿desorbitado?
- Algo así.
- Siempre me has parecido terriblemente atractivo, sino fuese por León tal vez te hubiese besado mucho, muchísimo antes. ¿Qué tal si lo hago ahora?
- Por favor. No te burles de mí de este modo. Ya me siento suficientemente ridículo.
- No lo hago, shhhh. - Be empezó a intercambiar cada palabra por un beso, empezó por el cuello, siguió hasta los labios. Vo casi exhumaba escalofríos por cada poro de la piel, se dejaba llevar por cada roce suyo. Ansiaba cada uno de ellos, aunque se sintiese patético, siendo usado. No importaba. Be lo remediaba todo.
Acabaron por acostarse juntos, aislados del mundo, y hacer lo que sigue. Así, llegó el amanecer y el último día. Vo se vistió y levantó, dispuesto a irse y no volver a saber definitivamente nada de Be, aunque ella cogiese su brazo, desnuda, con insistencia, y lo arrastrase a la cama, lo besase y acariciese; a pesar de que le susurrase con su voz pastosa al oído palabras inaudibles debía marcharse. No quería prolongar la agonía, y, además, tampoco perder el viaje. Finalmente se fue, sin despedirse. Ella, recostada, y con los ojos entrecerrados se empeñó en ignorar su ida.
No volvió. Ni lo volvió a ver. León vino y ella estaba completamente muda, sin saber qué decir ni cómo reaccionar. Tenía pánico a hablar y soltar alguna incongruencia que pudiese provocar en él alguna sospecha del otro. Al final terminó por largarse corriendo a la calle, León se quedó inmóvil, impactado, sin entender porqué había hecho aquello. Se sentó con Pavor y esperó. Siguió esperando tras una hora, tres horas, tras el atardecer... Be no volvió a aparecer.

domingo, 23 de mayo de 2010

D

Me encanta la hipocresía, la mediocridad
Me apasiona ver sus caras temblando sin temblar
Aunque se aprecie una impávida milésima
A pesar de que se capte una, tan sólo una de ellas
No podrán apreciar la ridiculez de sus vestimentas
¿Acaso yo he pretendido verla, la he ofendido?
¿Y acaso no? ¿Y si llegasen a plantearse el porqué?
Si fuese una única razón, tan recóndita y oculta,
se podría comprender su radical ignorancia,
pero no sucede así, deambulan en demasía.
Pero la ceguera alcanza todo el ámbito
¿la mejor solución, quizá?
También se padece de sordera, de carencia
de valor y de valores, de representaciones,
meras escrutaciones, superficialidad que aflora y se expande. 
De verdad, de especial, ¿algo tendrá?
Podrías comunicarlo en cuanto termine
de asfixiarse con el chirrido de los tacones.
(Aquella nube que pasa de lodo y aire)
Ridículo, ridículo, cierra.. (despacio..) los párpados
Antes vigila que la almohada donde repose
la tersura de tus cabellos no se despeine.
No te olvides de cerrar la puerta antes 
de que empiece a expulsar veneno la lengua.
Tan sólo fue por jugar, no es que muy en serio lo dijese.

jueves, 20 de mayo de 2010

C

Te echo de menos.
Echo de menos ver
tu cara, tu pelo, tus ojos.
Echo de menos recordar
el mar con una incipiente
sonrisa y labios quebrados.
Echo de menos soñar
¿contigo? ¿de nuevo?
Si te digo que te quiero
¿acaso miento?
Si ya lo estoy haciendo
te perdonaría mil veces
quizá ninguna, pero
sólo quiero decirte
que te añoro y que
todavía no podré
-ni pretendo- olvidarte.
Y sé que, sin reproches,
lo terminaré por hacer.

domingo, 16 de mayo de 2010

N

El arrullo de una voz lo palpa desde cerca
Se escabulle sin miramientos al escuchar
Un prorrumpido vuelo de una abeja
Detrás de una quimera, e incluso más
Viene a posarse sobre los hombros
Arrojando de los labios una sonrisa
Terriblemente cohibida, mientras
Las flores amalgaman el vapor y el olor
Que desprenden se impregna
Sin demasía ni paciencia en el sopor
De una naturaleza y tarde lenta.

jueves, 13 de mayo de 2010

Cifras. Acaben ya de irrumpir a martillazos en mis entrañas. Ya está bien.

martes, 11 de mayo de 2010

B

Me despierto y me pregunto ¿qué hago aquí?. Tiene sentido esto. Me paralizo, le tengo pánico al tiempo, al reloj. Creo que cada vez que lo miro atento contra mi propia vida, mi propia resignación, con la confirmación de mí misma. Parece que las cosas van a caducar, no lo evitaré. Cuando abro la ventana me gusta vislumbrar el cielo atestado de nubes, pensar en que no hay nadie más ahí mirándome, que estoy sola y acompañada a la vez. Pero me siento terriblemente sola, cohibida, abandonada. Quiero que esas miradas me dejen en paz, que no atisben ni un rasgo de mi rostro, a pesar de que quizá nadie me esté observando. Sea yo quien lo haga, puede que me aplique dichas premisas, o no. Temo por mi integridad física, sabiendo que las guerras acabaron por aquí, y me debato perpetuamente entre callar y hablar. Opto por lo segundo y la vuelvo a cagar. Me digo "esta vez, no recaeré, no lo repetiré", y vuelvo a soltar nuevos exabruptos, exacerbadamente incontenibles. El arrepentimiento me sacude, pero creo que no se han percatado de ello, la permeabilidad se me da bastante mal, no aparento decir lo que quiero, ni de la forma en que debería decirlas. Errando, errando, siempre. Hasta ahora resistí con ello, se hace tarde y toca rectificar, empezaré con un leve amago, y prorrumpiré en remordimiento cuando recaiga en que realmente no me arrepiento de las palabras equivocadas. Algunos creen que es cuestión de un pie izquierdo al abrir los ojos y sentarme en la cama, por la mañana, me gustaría decir que sí -¿seguro?-, pero no, soy de esta manera, de esta forma. Me conocieron somnolienta, inquieta, realmente siempre me gustó esa sensación de decaimiento, no sé cómo pero me motiva a seguir. El anhelo me seduce notoriamente, estar agotada, querer dormir y no poder, logran darle una meta, un objetivo a mi vida. Puede que me guste caer.

lunes, 10 de mayo de 2010

Melancolía

Acabo de tener un sueño contigo. Sentía como que mi cuerpo de repente iba a saltar de la cama y erguirse, estaba como gritando desesperada porque te ibas a marchar para siempre y no volverías. Y va a suceder así, de ese modo, fue una terrible locura, y lo pasé bien con ella, soñé en demasía. No sé qué me producía el mirarte penentrando en tus ojos, desde ahí, los gestos iniciaron su descenso hacia la divagación. Me gusta escrutar, pasas de lado, te recuerdo, añoro hablar contigo, no digo por qué siendo ignorado por completo. 
El sueño aparentaba que me dieses una real oportunidad, que estuvieses en lo más alto de un edificio, yo a una gran distancia de tí, sobre el mismo suelo quebrado, viéndote a lo lejos, rabiando hasta más no poder por no volverte a ver, a punto de caer en el abismo que nos separaba. No sé. Era una sensación tan extraña, me embargaba absolutamente hasta el más remoto ápice de imaginación, tal vez comencé a escribir por ello, tal vez no. Ya no nos saludamos, apenas nos miramos, te veo desde lejos añorándote, y tú, sigues impertérrito con el mismo rostro expresando todo y nada. ¿Enamorarme de nuevo? BRF.

sábado, 8 de mayo de 2010

EP

¿Qué? ¡Qué espero! Sé de verdad, ¿algo? Me cuesta tanto cerrar los ojos, cuando lo haga me cuesta abrirlos. No puedo parar en esta estación, ni en ninguna otra. Quisiese paralizar los segundos, por variar un poco. Percatarme de que se bloquea la memoria, las palabras se atragantan y quedan a medias. Una vez que se instaure el intermedio la rueda dejará de girar, y los rostros inmóviles, expresarán algo. Rememoro cuadros, los cuadros son fotografías del momento que, sin embargo, conllevan dedicación, quizá días o años. Tan sólo plasman un segundo, o milésimas, pero en esos escuetos intervalos transcurre una vida entera, un momento que integra el conjunto de un canon interno que lleva a sumergirse en los lares de la imaginación. Pues, puede que sea imposible una parada, no así que la mente se desvíe y logre invocarla. Punto. ¿Qué lo evoca? Música.

lunes, 3 de mayo de 2010

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Suspiros y silencios
evocas e invocas
recoges y dejas el nimio
pudor oculto tras las sombras.
Te despiertas, casi sordo
y vienes a mover ficha
aunque no del todo
la partida está perdida.
Terminaste por el comienzo,
se inaugura la tranquilidad,
antes, de ideas tormenta.
El relámpago se difumina.

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Cuando quería salir y cruzarme con veinte gatos por la calle, decías sí, vamos a ir. Y te creía, divagaba sobre el color, la raza, el pudor que pudiesen llegar a tener, también sobre si huirían, o, por el contrario, me escrutarían con sus ojos hipnotizantes. Los veía desde la ventana, eran preciosos. Me decías que sí, una y otra vez, volvía a soñar. Pasaban los minutos y yo insistía, te estiraba del brazo, sosteniendo un "¡vamos!", pero nada sucedía. Transcurrían las horas, y permanecías en la misma posición diciendo que ibamos a ir, un sí. Te seguía creyendo aun, mientras desistía de jalarte la mano. Me sentaba y ponía de brazos cruzados, me levantaba e iba a la ventana, viendo como atardecía y ellos desaparecían otra vez -quizá siguiesen estando ahí-. Y justo, en aquel lapso, abruptamente se levantaba, colocaba todas las vestimentas pertinentes y se dirigía hacia mí -¡por fin!-. Ahora, tragaba saliva, le costaba hablar, después de tanto silencio atendía superfluamente a mi rostro -nunca mirando a los ojos-, y soltaba, con su brevedad y seguridad de siempre: Vamos a cenar.

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Tumbada sobre los muslos ajenos, sueña que está volando, el antaño viene, y una sonrisa. Hace amagos de vuelo con los brazos, suspiros esperpénticos y ruido sordo. Las yemas de los dedos van ligeramente subiendo y bajando. Se resquebrajan los dientes, riendo, e inhalando un par de ojos en silencio. Escudriña el rostro mientras siguen moviéndose las mandíbulas. El cuerpo inerte depositado empieza a temblar y reivindicarse, se debate entre el infierno y la mentira, y queda en el medio. Los dedos permanecen sobre su espalda, más abajo, más arriba; retorna el silencio, de entre todos, el más cómodo. Se gira, da la vuelta, y alza el rostro. Se escrutan. Brillan más que antes, tal vez sea un reflejo. Se escucha a lo lejos la cadencia de la música. Será.. ¡tal vez!.. la canción que susurraba aquella mañana...

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Me río. ¿Por qué me haces reír? ¿Será suficiente con decirte gracias? Sí, sé que carece de sentido, aun así tiene tanto. Eso no estaba y ahora apareció, lo agradezco. Mucho. Quizá llegó en un mal momento, o en el mejor. Y sigo diciendo gracias. Las cosas han podido cambiar. Por fin.
Pero unas se van para que permanezcan otras, y quiero seguir teniendo ambas cosas.