martes, 25 de mayo de 2010

Desaparecer

Abre el compartimento, a su derecha, mientras atisba fragmentos resplandecientes en el interior, saca el anillo y se lo pone en su dedo. Al menos, eso intenta, pero no puede injertarlo en el dedo índice, ni el corazón ni el anular, quizá quepa en el meñique, no, tampoco. Inopinadamente, prorrumpe en ridículas lágrimas, sabe que no tienen sentido, es inútil que un anillo de ese tamaño quepa en algún dedo, pertenecía a su infancia y ahora lo rememoraba, había pasado una y otra vez cerca de la mesa donde se encontraba sin atreverse a buscarlo, recordar el color que tenía en un pasado, viendo el actual, mohoso. Se limpiaba con el mango de la chaqueta las ligeras gotas y toleraba que su mente divagase sobre el futuro, y el presente. En un juego de niños, se prometieron que se casarían dentro de muchos años, se dieron esos anillos mutuamente. Y mantuvieron esa amistad aniñada hasta el momento, pero nunca se casaron, de hecho, nunca fueron más que amigos con un enlace de amistad bastante irreducible. Temía que los acontecimientos derivasen en una separación -que ya se había producido con anterioridad-, pues ambos tendrían que marcharse a otro lugar para continuar con sus vidas, y, sin embargo, realmente no se había planteado nada más que un contacto telefónico y visitas ocasionales con él. Pero ahora que ambos se dejarían de ver por mucho tiempo, él hablaba y callaba, terminó acudiendo al cine de los jueves, como siempre, vieron una película, y tras el final, se fueron a una cafetería para criticarla y hablar sobre temas personales. Aunque esa vez estaba demasiado silenciosa, de un modo desorbitado. Se marcharía algo antes que ella, unos cinco días. Sabía que el trabajo le impediría tener más ocasiones para verla, y que esta sería una de las últimas. Tendría que confesarle de una vez toda aquella perturbación que comenzaba a sentir hacía dos años. Le manifestaría sus sentimientos, por fin.
- Hay algo que me reconcome por dentro desde hace mucho.
- ¿Qué? ¿Que no aguantas ya a tu perro?
- Sí, bueno no. Eso y otra cosa.
- No sé si has notado cambios en mí durante estos dos últimos años.
- Sí, todos cambiamos con el tiempo, es normal que pase.
- No, no me he explicado bien, quiero decir, que si has notado cambios con respecto a mi comportamiento contigo.
- Puedo decir que... estás como siempre, no me asustes, por favor.
- Qué forma de mantener esta firmeza, esta convicción me resquebraja completamente.
- Dímelo de una vez, la impaciencia me mata.
- Por favor. Esto es importante, al menos para mí. Tengo que decir que... que...
- ¿Por qué callas? No me gusta ese silencio, pareciera que...
- Que no puedo dejar de pensar en ti, ni en lo que queda para volvernos a reencontrar, para que me llames y quedemos en un concierto, un teatro, o simplemente en una cafetería. En todos mis sueños no dejas de aparecer y sonreirme, mientras yo me derrito como lava y resbalo por un acantilado, mientras sigues riéndote y burlándote de mí. Y tus ojos, tus ojos me ciegan mientras me convierten en lodo, no puedo eludirlos jamás, en ninguna evocación tuya. 
- Vaya. ¿Qué pretendes que diga?
- No sé qué sentirás por mí, una simple amistad, es lo más posible, pero sólo quería confesarte esto porque sé que no podría marcharme con estos pensamientos en la cabeza, tenía que decir la verdad. Por mucho que nos pese a los dos.
- Siento que me tengo que ir, no puedo hablar ahora, no sé qué decir. No lo sé. Lo siento, perdóname, por favor.
Y ella se marchó, se fue y no contestó a ninguna de sus llamadas ni mensajes, hasta desactivó el telefonillo automático de la casa para evitar que sonase el timbre y fuese él. Transcurrieron tres días, tan sólo dos quedaban para dar una respuesta, aunque él no la hubiese exigido. Debía tomar una decisión, lo llamó:
- Por fin retornarán las hojas de nuestra amistad.- Casi a gritos habló. Se palpaba su desesperación y el fraude de las palabras, se convirtió en víctima de las mismas.
- Sí, te llamo porque ya es hora de que hablemos. Ha pasado demasiado y no voy a romper  la amistad por el miedo.
- Estupendo. ¿Podríamos quedar otra vez donde la última?
- No, preferiría que vinieses a mi casa, para poder hablar sin tanto desasosiego. Ya sabes.
- Tienes razón, iré y estaremos, bien, con tranquilidad charlando. ¿Cuándo...?
- Ya. Por favor, quiero verte.
- Bien, me preparo y estaré dentro de unos veinte minutos. Espera.
- Esperaré.
- Y... - Ella abruptamente ya había colgado el aparato. Se recostó sobre el sofá con Pavor , su perro, mientras escrutaba el mando del televisor y nadaba en el mar de dilucidaciones y la pantalla de colores.
Salió él, llamémosle Vo, deambuló exhausto por el asfalto, se precipitaba a la desesperación. En sus venas violáceas se palpaba el anhelo, las terribles ansias de que llegase el momento, dilatándose y oscilando initerrumpidamente. Sucumbió a toda la amalgama de sueños que había surcado como un arcoiris el cielo de su imaginación, ella le llamaba, venía y respondía, le solicitaba que estuviese ahí. Se produciría el reencuentro. ¿Cómo iba a ir, a llegar a su casa en veinte minutos? Claro, cogería un coche, el suyo propio lo llevaría hasta ahí, cómo no se le había pasado por la cabeza, cómo había sido tan estúpido. Por favor, es sencillo arrancar un coche, coger las llaves, insertarlas, girar, sí, escuchar el ruido del motor.  Empezar a conducir por los laberintos de la ciudad, tan sólo veinte. En veinte volvería a hablar con ella, a verla. Llegó. Tocó. La puerta se abrió.
- Por fin, hola -Ella.
- Eh... Sí. Hola. ¿Cómo estás?
- Normal. ¿Y tú?
- Me parece que bien. ¿Por qué tanta prisa?
- Quiero decir que he repasado y recapitulado cada una de las últimas conversaciones que tuvimos. Y me ha costado tomar una decisión...
- En ningún momento te la pedí realmente. Lo siento.
- No, no es tuya la culpa. Esto se ha propiciado solo.
- Supongo...
- En fin, quiero hacerte una propuesta. Antes de que nos marchemos, ¿por qué no lo intentamos? Aunque esté de por medio Pavor y León, él no sabrá nada, lo prometo.
- ¿Acabarás con tu fidelidad por mí, acaso?
- Tan sólo dos días, por favor, Vo. Me ha costado tanto haber llegado hasta aquí. ¿Estás dispuesto?
- Si no me queda más remedio... Soy incapaz de negarme, y menos ante algo tan...
-... ¿desorbitado?
- Algo así.
- Siempre me has parecido terriblemente atractivo, sino fuese por León tal vez te hubiese besado mucho, muchísimo antes. ¿Qué tal si lo hago ahora?
- Por favor. No te burles de mí de este modo. Ya me siento suficientemente ridículo.
- No lo hago, shhhh. - Be empezó a intercambiar cada palabra por un beso, empezó por el cuello, siguió hasta los labios. Vo casi exhumaba escalofríos por cada poro de la piel, se dejaba llevar por cada roce suyo. Ansiaba cada uno de ellos, aunque se sintiese patético, siendo usado. No importaba. Be lo remediaba todo.
Acabaron por acostarse juntos, aislados del mundo, y hacer lo que sigue. Así, llegó el amanecer y el último día. Vo se vistió y levantó, dispuesto a irse y no volver a saber definitivamente nada de Be, aunque ella cogiese su brazo, desnuda, con insistencia, y lo arrastrase a la cama, lo besase y acariciese; a pesar de que le susurrase con su voz pastosa al oído palabras inaudibles debía marcharse. No quería prolongar la agonía, y, además, tampoco perder el viaje. Finalmente se fue, sin despedirse. Ella, recostada, y con los ojos entrecerrados se empeñó en ignorar su ida.
No volvió. Ni lo volvió a ver. León vino y ella estaba completamente muda, sin saber qué decir ni cómo reaccionar. Tenía pánico a hablar y soltar alguna incongruencia que pudiese provocar en él alguna sospecha del otro. Al final terminó por largarse corriendo a la calle, León se quedó inmóvil, impactado, sin entender porqué había hecho aquello. Se sentó con Pavor y esperó. Siguió esperando tras una hora, tres horas, tras el atardecer... Be no volvió a aparecer.

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