martes, 22 de diciembre de 2009

Hace meses...

El ámbito que nos rodea, una sombra que nos persigue, incluso en la oscuridad más absoluta de una noche sin luna. Es esta la que decide por nosotros y no así a la inversa. Sucede que cuanto creemos apreciar está interrelacionado con las pautas de otros y en el trascurso de este descubrimiento hacemos lo imposible porque nuestras decisiones sigan siendo nuestras, nuestros pensamientos no nos sean arrebatado y nuestros sentimientos no hayan sido reproducidos anteriormente. Lo cierto es que estamos clavados en una ruleta que continuamente gira dando lugar a nuevos acontecimientos hasta que rueda sobre sí misma y todo vuelve a suceder.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Ida

Me miras, me aparto y con una sonrisa
bien fingida, dejo que fluya el descaro
común de mi mirada sobre tu arrogancia
transformada por las ideas que tramo
y es que me invade el pánico, no veía,
hasta ayer, tu huida de mi lado.

Ya... ¡Ya! No puedo inventar una mejoría,
y cientos de veces haré nada, no, trazo
unas rectilíneas que se salen de la ida
de mí, de mi vida, todavía no he reparado
en que las etapas acontecen y la mentira
deja de serlo, el mar no es tan diáfano.

Tus ojos, palabras, desvíos y estravagancias
sucumben a la inexorabilidad temporal chocando
con el terror y temblores inciertos de la ausencia
que tú sin apenas percibirlo has provocado
es que, quién fue el que te ordenó, agonía
a pulular por estos lares consumidos y atragantados
con la sinrazón que es la repulsiva vida
quién, quién, quién, te permitió y mandó
a que hicieras la mudanza, si ni siquiera avisarías
de que no regresarías, ni tú, ni el clamor
que perpetuamente hacías emanar a los días.

Lo innombrable e impalpable, levanta granos
de arena sobre la superficie y el brillo de bahía
murmulla subrepticiamente con los pasos
de pies candentes e incandescente alegría
del oleaje perpetrado de peces nadando,
tan solitarios, apareciendo en la eternidad,
a la vez, tan breve y acabada la razón.

Es que, yo, buscando en la rebeldía
las fronteras, me temo, he traspasado,
y, ahora, sola, sola, se esfumará la vida.
Que tú fuiste producto del delirio causado,
pero ahueca en tus sentidos una nostalgia,
una añoranza al recuerdo nunca consumado.


jueves, 10 de diciembre de 2009

Ojos otra vez

Una inusual patología le recorría las entrañas, su ojo derecho poseía un tamaño inferior al izquierdo. Y solía temblarle y aplastarle la cara, se le enrojecía, picaba, se rascaba. Mordía sus dientes, sus propios huesos. Inopinadamente, retumbaba en sus párpados una opulenta descensión. Deseaba. Tanto. Tantísimo. Pensaba en que un día moriría, y nadie le recordaría. O, en el caso casi imposible de que sí, terminaría olvidando a ese ser desviado de su vida. Sería algo así como nada, no existencia. Aunque ya desde el principio lo hubo sido.
Nadie le preguntó si quería nacer, toda vida es toda muerte. Si no hubiera vida, no habría muerte. Y así estaba, no había vida, nada lograba palpar, apenas le funcionaba el ojo derecho, caía una y otra vez, ajeno a la cadencia de los segundos. Parecía que a la par que ejercía una subida el izquierdo, el derecho iba casi alcanzándole, pero siempre por detrás. Como decían, uno siempre irá por detrás de otros. La superioridad que ejercía el izquierdo le hacía resquebrajar sus afanes de mejora, dilatar su impotencia. Ni siquiera se atrevía a mirar a otros a la cara no fuera a ser que vislumbraran la disimilitud existente, de modo que cuando hacía el amago de tener una conversación, no dejaba jamás de observar el suelo mientras el otro veía inútilmente el rostro oculto.
Siguió así desvaneciéndose por diversos lares, hasta que un día un reflejo rebotó con una piedra cantora que se encontraba bajo sus pies, donde, a su izquierda, había un diminuto charco de agua -probablemente provocado por la lluvia de la madrugada-. Dirigió sus ojos hasta el propio reflejo y se sorprendió, había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que se había visto en el espejo. Ahora, estaba desaliñado, con una maraña de pelo con vestigios blanquecinos y unos zapatos andrajosos, sin embargo, vislumbró un detalle que lo dejó, si cabe, aún más perplejo. Parecía que aquella mirada había adquirido cierta simetría, uno no caía antes que otro, ambos iban a la par. ¿Qué clase de sortilegio había provocado ese súbito cambio? Sólamente indagó en preguntas por el estilo durante escuetos segundos, pues, posteriormente, exclusivamente se dedicó a pegar saltos -imaginarios- por doquier y bajo la escrutadora mirada de todos. Así pues, logró que aquel pánico se transformase en una satisfacción inmedible por poder, por fin, clavar sus ojos en los de otros.

jueves, 3 de diciembre de 2009

R1

Un no, más, y otro más. Negación de lo que fue, de lo que era y será. Estuve pensando en la muerte porque moriremos. Dejaremos de existir, tenemos un tiempo limitado, y, ¡maldita sea!, se va la vida. Qué piensa uno cuando llega a los finales de sus días, querrá dejar de existir, ya, cansado por la vida, o tal vez, tenga ansias de haber hecho lo que no pudo, y el miedo se apodera cada vez más de uno mismo. Y si no se llega a contemplar lo qué es la vida, ni a sentir cada una de sus agonías, y si, morimos antes de lo previsto y caemos por el abismo, qué queda. Resquicios de cenizas.
Despertando en aquellos días en que la melancolía arrase con todo lo que las leves ráfagas arrastran, consumiéndose, perpetuamente. Aquellos en que los vaivenes retornen sobre sí mismos, alternando los sentidos, trasladándose a otra dimensión. Una incógnita que aún suspira en los oídos. Un ligero adiós tras nuestras espaldas distanciándose. Existimos cuando vivimos, y en la muerte acaba la existencia, así que, no nos concierne esta última. ¿Para qué el miedo al fin? Es necesario pecar, acabar con uno u otra cosa -inevitablemente- siempre se hace. Incluso con los principios, las ideas, que tuvimos desde un principio, las exterminamos tarde o temprano. Fingimos desear algo cuando ni siquiera sabemos lo que deseamos, empero, de qué otro modo sino consolidaríamos nuestra esencia. Así pues, derrotamos todo aquello que creímos nuestro para la eternidad, desde luego, el fin es inherente. Y, telón abajo, más miedo.