jueves, 3 de diciembre de 2009

R1

Un no, más, y otro más. Negación de lo que fue, de lo que era y será. Estuve pensando en la muerte porque moriremos. Dejaremos de existir, tenemos un tiempo limitado, y, ¡maldita sea!, se va la vida. Qué piensa uno cuando llega a los finales de sus días, querrá dejar de existir, ya, cansado por la vida, o tal vez, tenga ansias de haber hecho lo que no pudo, y el miedo se apodera cada vez más de uno mismo. Y si no se llega a contemplar lo qué es la vida, ni a sentir cada una de sus agonías, y si, morimos antes de lo previsto y caemos por el abismo, qué queda. Resquicios de cenizas.
Despertando en aquellos días en que la melancolía arrase con todo lo que las leves ráfagas arrastran, consumiéndose, perpetuamente. Aquellos en que los vaivenes retornen sobre sí mismos, alternando los sentidos, trasladándose a otra dimensión. Una incógnita que aún suspira en los oídos. Un ligero adiós tras nuestras espaldas distanciándose. Existimos cuando vivimos, y en la muerte acaba la existencia, así que, no nos concierne esta última. ¿Para qué el miedo al fin? Es necesario pecar, acabar con uno u otra cosa -inevitablemente- siempre se hace. Incluso con los principios, las ideas, que tuvimos desde un principio, las exterminamos tarde o temprano. Fingimos desear algo cuando ni siquiera sabemos lo que deseamos, empero, de qué otro modo sino consolidaríamos nuestra esencia. Así pues, derrotamos todo aquello que creímos nuestro para la eternidad, desde luego, el fin es inherente. Y, telón abajo, más miedo.

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