lunes, 21 de diciembre de 2009

Ida

Me miras, me aparto y con una sonrisa
bien fingida, dejo que fluya el descaro
común de mi mirada sobre tu arrogancia
transformada por las ideas que tramo
y es que me invade el pánico, no veía,
hasta ayer, tu huida de mi lado.

Ya... ¡Ya! No puedo inventar una mejoría,
y cientos de veces haré nada, no, trazo
unas rectilíneas que se salen de la ida
de mí, de mi vida, todavía no he reparado
en que las etapas acontecen y la mentira
deja de serlo, el mar no es tan diáfano.

Tus ojos, palabras, desvíos y estravagancias
sucumben a la inexorabilidad temporal chocando
con el terror y temblores inciertos de la ausencia
que tú sin apenas percibirlo has provocado
es que, quién fue el que te ordenó, agonía
a pulular por estos lares consumidos y atragantados
con la sinrazón que es la repulsiva vida
quién, quién, quién, te permitió y mandó
a que hicieras la mudanza, si ni siquiera avisarías
de que no regresarías, ni tú, ni el clamor
que perpetuamente hacías emanar a los días.

Lo innombrable e impalpable, levanta granos
de arena sobre la superficie y el brillo de bahía
murmulla subrepticiamente con los pasos
de pies candentes e incandescente alegría
del oleaje perpetrado de peces nadando,
tan solitarios, apareciendo en la eternidad,
a la vez, tan breve y acabada la razón.

Es que, yo, buscando en la rebeldía
las fronteras, me temo, he traspasado,
y, ahora, sola, sola, se esfumará la vida.
Que tú fuiste producto del delirio causado,
pero ahueca en tus sentidos una nostalgia,
una añoranza al recuerdo nunca consumado.


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