jueves, 10 de diciembre de 2009

Ojos otra vez

Una inusual patología le recorría las entrañas, su ojo derecho poseía un tamaño inferior al izquierdo. Y solía temblarle y aplastarle la cara, se le enrojecía, picaba, se rascaba. Mordía sus dientes, sus propios huesos. Inopinadamente, retumbaba en sus párpados una opulenta descensión. Deseaba. Tanto. Tantísimo. Pensaba en que un día moriría, y nadie le recordaría. O, en el caso casi imposible de que sí, terminaría olvidando a ese ser desviado de su vida. Sería algo así como nada, no existencia. Aunque ya desde el principio lo hubo sido.
Nadie le preguntó si quería nacer, toda vida es toda muerte. Si no hubiera vida, no habría muerte. Y así estaba, no había vida, nada lograba palpar, apenas le funcionaba el ojo derecho, caía una y otra vez, ajeno a la cadencia de los segundos. Parecía que a la par que ejercía una subida el izquierdo, el derecho iba casi alcanzándole, pero siempre por detrás. Como decían, uno siempre irá por detrás de otros. La superioridad que ejercía el izquierdo le hacía resquebrajar sus afanes de mejora, dilatar su impotencia. Ni siquiera se atrevía a mirar a otros a la cara no fuera a ser que vislumbraran la disimilitud existente, de modo que cuando hacía el amago de tener una conversación, no dejaba jamás de observar el suelo mientras el otro veía inútilmente el rostro oculto.
Siguió así desvaneciéndose por diversos lares, hasta que un día un reflejo rebotó con una piedra cantora que se encontraba bajo sus pies, donde, a su izquierda, había un diminuto charco de agua -probablemente provocado por la lluvia de la madrugada-. Dirigió sus ojos hasta el propio reflejo y se sorprendió, había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que se había visto en el espejo. Ahora, estaba desaliñado, con una maraña de pelo con vestigios blanquecinos y unos zapatos andrajosos, sin embargo, vislumbró un detalle que lo dejó, si cabe, aún más perplejo. Parecía que aquella mirada había adquirido cierta simetría, uno no caía antes que otro, ambos iban a la par. ¿Qué clase de sortilegio había provocado ese súbito cambio? Sólamente indagó en preguntas por el estilo durante escuetos segundos, pues, posteriormente, exclusivamente se dedicó a pegar saltos -imaginarios- por doquier y bajo la escrutadora mirada de todos. Así pues, logró que aquel pánico se transformase en una satisfacción inmedible por poder, por fin, clavar sus ojos en los de otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario