jueves, 28 de abril de 2011

Moral insanity

"-¿Qué es lo que le falta?
-Todo. No puedo vivir ni morirme. Encuentro que todo es falso y necio.
La risueña y bondadosa cara de jardinero del señor Lohe se contrajo dolorosamente. He de confesar que esa cara era precisamente una de las cosas que me ponía de mal humor, además, no esperaba realmente ningún consuelo ni de él ni de su ciencia. Sólo quería oírle hablar, para demostrarle luego la impotencia de sus teorías y castigarle por su fe optimista y por su creencia en la felicidad. No tenía intenciones amables ni para con él ni con nadie.
Pero aquel hombre ni era vanidoso ni estaba atrincherado tras de sus dogmas; yo me había equivocado al juzgarle. Me miró a la  cara con afecto y con sincero pesar, y después movió melancólicamente la rubia cabeza.
-Querido amigo, usted está enfermo sin duda -dijo convencido-. Acaso su mal sea corporal: ello tendría fácil y pronto arreglo; no tendría usted más que irse al campo, trabajar duramente y abstenerse de comer carne. Pero barrunto que su enfermedad está en otra parte: en el alma.
-¿Cree usted que...?
-Sí.Sufre usted de una enfermedad que desgraciadamente parece haberse puesto de moda entre las personas de alto nivel intelectual. Los médicos, naturalmente, no la conocen. Está en relación con la moral insanity, y podría ser bautizada con los nombres de soledad imaginaria e individualismo. Los libros modernos están llenos de todo eso. Es como una imaginación clandestina que se le mete a uno en la intimidad secreta. Usted cree ser un ser solitario incomprendido, no tener nada que ver con ningún hombre.
-Poco más o menos, así es -admití, sin poder salir de mi asombro.
-Fíjese en esto: un hombre sufre varios desengaños consecutivos y cree por ello que entre él y los demás no existen ya relaciones de ningún género, sino sólo una mala inteligencia. A partir de ese momento es víctima de la roedora enfermedad: se siente en completa soledad, no tiene nada en común con los otros hombres, no puede compartir nada con ellos, ni siquiera puede buscar comprensión. A veces acontece que el enfermo se torna altanero y toma por retrasados mentales a todos los hombres sanos, capaces de entenderse y amarse. Si tal enfermedad se generalizase, la humanidad desaparecería. Pero se la halla casi exclusivamente en la Europa central y sólo en las clases sociales altas. En los jóvenes es curable, y hasta diría que es un mal endémico durante el tiempo de desarrollo juvenil.
Me amostazó un tanto su tono ligeramente irónico y bastante doctoral. Viendo que yo no sonreía ni hablaba en mi propia defensa, volvió a mirarme con expresión bondadosa y doliente.
-Perdóneme -dijo amablemente-, usted padece la enfermedad verdadera, no la caricatura de ella que está tan en boga. Pero tiene remedio. Es pura obsesión creer que no existe ningún puente entre el yo propio y el de los demás o imaginarse que cada cual anda solitario e incomprendido por el mundo. Al contrario: el acervo común de los hombres es mucho mayor y más importante que lo diferencial y lo que cada uno posee aisladamente. 
-Es posible -dije-. Pero ¿de qué me sirve saberlo? No soy filósofo, y mi sufrimiento proviene de no poder hallar la verdad. No pretendo convertirme en sabio ni en pensador, sino sólo vivir un poco más contento y en un ambiente menos difícil.
-Entonces, inténtelo. No estudie en libros ni se ocupe en teorías. Debe tener fe en un médico durante todo el tiempo que le dura la enfermedad. ¿Quiere?
-Lo intentaré con la mejor voluntad.
-Así me gusta... Si usted fuese un enfermo de mal corporal y el médico le recetase baños o tal medicina, usted probaría y obedecería, aunque no comprendiese tal vez el porqué del tratamiento. Haga ahora lo mismo. Durante algún tiempo, aprenda a pensar más en los demás que en sí propio, es la única vía que conduce al restablecimiento.
-¿Y cómo es posible, si todos piensan ante todo en sí mismos?
-Esa idea debe usted superarla. Es menester que llegue a cierta indiferencia en lo que respecta a su propio bienestar, es menester que piense que ya no le importa su propio bienestar. El único medio para ello es aprender a querer a una persona de tal manera que el bienestar de ésta le sea a usted más caro que el suyo propio. No quiero decir con esto que haya de enamorarse, sino más bien lo contrario...
-Comprendo. ¿Y con quién debe uno probar...?
-Empiece con las personas que están más cerca de usted, amigos, parientes. Por ejemplo, su madre: ha perdido mucho, está sola, necesita consuelo. ¡Cuide de ella, defiéndala, trate de significar algo para ella!
-No nos entendemos muy bien mi madre y yo... Va a ser muy difícil eso.
-Hay que poner en la cosa suficiente dosis de buena voluntad: si no, no conseguirá nada, por supuesto. ¡La eterna cantinela: no entenderse! ¿Por qué supone usted que Fulano o Mengano no le comprenden? ¿Por qué supone que son injustos con usted? Debería usted comenzar, ante todo, por comprenderles a ellos, ser justo con ellos, darles alguna alegría. ¡Hágalo, empezando por su madre! Repítase a sí mismo:  Y ya que ha perdido usted el amor por su propia vida, no tenga compasión de sí mismo; al contrario, impóngase una carga y renuncie a su propia comodidad.
-Tiene usted razón; lo intentaré. Ya que me es indiferente hacer una cosa u otra, ¿por qué no seguir su consejo?
Con emoción y sorpresa estaba yo comprobando que aquel consejo coincidía con la norma de sabiduría vital que mi padre me había dado el día de nuestro último diálogo: vivir para los demás, no tomarse en serio a sí mismo. Esta doctrina era contraria a mi sentir inmediato; además, tenía un cierto tufillo a catequesis y a lección para confirmandos, a quienes yo, creyéndome más sano, miraba con desdén y hastío. Pero, a fin de cuentas, en mi caso, no se trataba de opiniones ni de especulaciones teóricas sobre determinada concepción del mundo y de la vida, sino de hallar un medio enteramente práctico para que un vivir difícil se me convirtiese en llevadero. Era, pues, necesario probar."
Herman Hesse, Gertrudis

lunes, 25 de abril de 2011

Brahms

Sin que sirva de precedente, no uses hechos pasados. Ellos no explicarán tu presente ni tu futuro. Transfórmalo, conviértelo, en lo que tú quieras, todo reside en tus manos. Pero sé precavido y consciente, ten sentido común antes de... Oh, no. Cómo no puedes verlo. (Cómo sí puedes hacerlo.) 
Percátate, quieto, aquí, del silencio:

miércoles, 20 de abril de 2011

Parte I

I
Mientras lo seguía lograba fundirse en su sombra, absorber las huellas de sus pasos. El detective sigilosamente se zafaba de ser captado por su víctima, la cual dejaba retazos de su persona a la par que se movía. Este seguimiento no era el absurdo juego de las películas, no se ejecutaba fielmente como lo he descrito sino que era una tarea encomendada por sí mismo y que habría de llegar a su fin quién sabe cuándo. Realmente había obtenido diversas piezas de aquel puzzle ajeno, aunque aun desconocía cómo lograría encajarlas y si habría que prescindir de alguna de ellas. Parecía que tras haber analizado ya a trescientas sesenta y seis personas a lo largo de su vida detectivesca (algunas por mera curiosidad, el resto por profesión) podía vislumbrar ciertos patrones en cuanto a comportamientos, aunque siempre había algo que se le escapaba. Las predicciones sólo se convertían en sólidas teorías cuando acumulaba información relevante y normalmente sin estos datos fallaba inexorablemente. Las personas eran predecibles, por lo general, pero su nulo talento le impedía verlo. Al menos, lo único que le quedaba claro es que mentían, y mucho. Las razones eran múltiples, además.. ¿quién sería capaz de sostenerse a base de verdades? Quizá acertaría con su nuevo 'encargo', le pedían que investigase si realmente iba a clases de canto los martes y jueves, cosa absurda., dado que sí lo hacía, pero le pedían, además, saber qué hacía después de eso. Aunque él se empeñaría en obtener la máxima información... sus sospechas iban formando un castillo de acero o eso creía... cuando entraba a las clases tardaba más tiempo del debido en salir, suponiendo que fuesen de ocho a nueve de la noche. Lo más extraño fue que a medida que pasaron las semanas... tardaba más tiempo en salir hasta llegar un imprevisible día en el cual no apareció por la puerta de salida. Esperó hasta las diez, once... Y le impacientaba el retraso tanto que acabó quedándose dormido con los puños apretados.
Ella lo sabía, la seguían y la investigaban. Bajo la bóveda celeste y sobre la superficie no había escapatoria, por todo recoveco y suspiro la amenaza latente de una mirada escrutando sus actos. Tras terminar la clase, se introdujo en el cuarto purpúreo para elevarse a la tarde helada y perpetua y jactarse del silencio petulante y a veces hostil del lugar. Unos cuantos tenían acceso a él, habiendo pasado las pruebas secretas que se realizaban desde la distancia a aquellos que podrían comprender aquel lugar y no estallar en un arrebato de impotencia. Se definía básicamente como otra especie de dimensión, el color era púrpura, aunque los ojos humanos solían apreciar diferentes matices y todo aquel que lo conocía era incapaz de coincidir con otro en el reconocimiento de un cariz preciso. Imperaba el Silencio Impoluto y los cuerpos tenían la extraña tendencia de levitar, ineptos para flotar realmente sobre las frías ráfagas de omisiones auditivas. Ella se encontraba en esa tarde eterna, en medio de la noche de su  existencia humana, suponía que el detective estaría exasperado, sería gracioso ver su cara en aquel momento aunque ella tuviese una cláusula en los párpados. En el medio estado de adormecimiento y plena conciencia, reflexionaba, se enredaba, aullaba, no había rincón donde apoyarse, ni paredes ni esquinas, ¡ni siquiera un suelo! La ausencia de barreras le provocaba una inverosímil sensación de asfixia. Era demasiado por abarcar, un océano oscuro e intrigante, capaz de ahogarla hasta las profundidades... si se acercaba una tormenta. Tan sólo llevaba tres noches seguidas visitándolo y viendo colores proyectados -todos ellos creados por cada una de sus divagaciones- que dibujaban formas mientras se amalgaban. Cuando en su cabeza cesaba la música las imágenes frente a su iris se atenuaban y se sumergía en una especie de bucle de oscuridad. Vagamente atractiva, todo era lícito en una ausencia de luz. Sin duda, el momento la ayudaba a mitigar sus propias preocupaciones. El detective informaría de esto, aunque jamás llegaría tan lejos.
Tí tí tí tí. Alarma. Once y sesenta y seis. ¿Qué? No, once y cincuenta y seis de la noche. Casi las doce y se había quedado dormido. Ya había perdido la noción del tiempo, absorto en sus sueños. La mujer a la que seguía tanto podía haberse ido como no. Espera, su coche seguía ahí, bien, bien. Es decir, dos horas y cincuenta y siete minutos en salir, en el caso de que puntualmente se marchara de su rutinaria clase. Realizó un esfuerzo para garrapatear esa valiosa información en su libreta pequeña de tapa verde, ligeramente roída y amarillenta por el paso de los años y de los ratones (estuvo extraviada en una recóndita zona frecuentada por estas monadas de mamíferos). Con esto bastaría por hoy, material controvertido para su cliente, desde luego. El cansancio le impediría dilucidar finalmente, en el caso de que se aproximara por la puerta, si era ella o no. Había olvidado cómo iba vestida, además, el edificio estaba a oscuras, y a pequeña escala la luz de la farola proyectaba algo de claridad a la zona digna de observación intensa. Así pues, arrancó su coche y se dirigió al cálido y confortable hogar. Camino a casa empezó a imaginar pequeñas historias dentro de la vida de su nueva víctima.

sábado, 16 de abril de 2011

--

Treinta mil veces diste la vuelta, añorando una repetición que no se prolongó.
Aquí.
No mires a otro lado porque no existe.
Nada más que tú.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Como algo que predecías, viene un socavón que te traslada a las profundidades del lago. Todo lo que pudo haber sucedido ya es, el hálito pesimista se desvela e impregna sus vestigios en una nueva respiración, más aterciopelada. De todas maneras, este sosiego levemente inestable podrá ser condensado en una tranquilidad imperiosa y constante cuando las olas de la verídica realidad arrastren el polvo que tienes adherido sobre tus venas. No es que sea precisamente sencillo todo esto de sentir y dejarse llevar, todo esto de quitarse la pesada carga para retornar a una más ligera. Tampoco tiene mayores dificultades, cada uno selecciona los senderos que le conducirán quién sabe a qué, unos tienen la capacidad de ver más allá y elucubrar sus probabilidades de éxito. Otros, empero, ni siquiera aprecian la venda ante sus ojos. He decidido mucho antes de una expansión sensitiva, no voy a modificar lo que he sido por esta transformación, sólo he girado en el círculo y he logrado vislumbrar de frente el rostro de lo incomprensible. Tú ya has adquirido tus capacidades y meramente las refuerzas, el viento congelado eleva una imparcial sonrisa. Y conoces a los demás cuando tal vez ellos no se puedan dibujar así mismos. Tal vez sea pretencioso el hecho de considerar que otros puedan erigir unos pensamientos bajo las ramas de la complejidad, es algo dado por y para ti mismo, una autoenseñanza que te es necesaria. Pero no a los demás. Debajo de cada uno reside algo.. difícil de palpar.. más en algunos que en otros. ¿Qué utilidad reside en una selección? 
No merece la pena desperdiciar el tiempo en fruslerías, puede agitarse una brisa ante mis ojos y puedo apreciarla. El reflejo de un rayo de luz durante el día es irrevocablemente admirable, ¿sabes cuánta simpleza hay en ello y cuánta no hay? Puede que necesites más y que... sea una ficción la creencia de la simplicidad... hay mucho más en este océano, recaba la información que te pueda ser útil, sin embargo seguirá diluyéndose la sombra de mis pupilas tras la puerta blindada. Haz lo que quieras.

domingo, 10 de abril de 2011

Ned.

- ¿Y esto es todo? - Dijo mientras se desvanecían las cenizas de su cabello a través de su tacto persistente.
- Sí, podría... decirse, ¿no?
- No esperaba esta sorpresa, veo que se suceden.
- ¿Se da cuenta de lo banal de su presencia aquí? Ellos se marcharon hace un par de días, no tengo nada, absolutamente nada de información de su actual destino.
- Es eso, quiere echarme, ¿no es así? Entonces, dígame, por favor, ¿quién me queda? -Alegaba en un peligroso crescendo mientras se retorcía la manga de la chaqueta con los dedos. Quería gritar, pero su incapacidad se lo impedía, tenía que ser... Era, en términos definitivos, su última decisión: arrojarlos a todos y sumirse en el demacrado y benévolo silencio.
- Señor, no puedo hacer nada por usted, lo siento. Debo marcharme. Suerte. - Realizó un amago de despedida y se largó tarareando alguna de esas canciones famosas de su época.
- A.. adiós.. - El tumulto del aire zumbaba en sus oídos, y el de la ausencia. Que lo pasen bien, ya era hora.

miércoles, 6 de abril de 2011

--

Qué atípico es esto. No podemos ser originales, ya exististe. Caras se repiten, gestos son mismos gestos, voces deterministas. Ellos amaban todo eso, la reiteración diáfana, consecuente con el polvo de las sombras.
Algunos no pueden afrontar la ausencia, tienen que derribar las murallas de lo creado, porque.. ¿qué es suficiente?

domingo, 3 de abril de 2011

Improvisado, escueto

Ha caído el mundo.
Al menos uno de ellos.
Llega la hecatombe
que cavila sobre un oscilante peso
tal cual péndulo, dictaminando al hombre.
Surcaron de la orilla de unos dedos
ideas que en la dilatación de tus pupilas confluyeron,
le sonrieron al caballero,
le habíamos creído muerto.
Él, resplandeciente, nos ha saludado
y no supimos ser condescendientes,
algo nos lo ha arrebatado.
¿Fue, tal vez, un día de suerte?
Nosotros le queremos aquí,
nos ha traicionado, sin embargo.. 
las rodillas gemirán por su poderosa Inmunidad.
Al menos nuestras fútiles almas combatirán por un Sí.
Y el ritmo de los tambores lo dirá.
El mundo ha caído.
Uno de ellos, al menos, en sus labios susurrará...
Sí, sí.. ¡Sí!