martes, 27 de diciembre de 2011

División

Entró al café repentinamente, no había puesto mi sistema en alarma y sus ojos cayeron sobre mí con una rapidez deslumbrante. Mis dedos comenzaron a temblar inexorablemente, apenas pude sostener el bolígrafo.
- No tiene por qué detenerse, siga, siga escribiendo.
Ya se había sentado frente a mí, sin que pudiera ahuyentar a tiempo a las sillas.
- Bi..bien... ¿Qué haces aquí?
- ¿Qué sentido tiene para usted escribir?
- ¿Qué sentido tiene para usted leer?
- Aprendo.
- Me alegro. Y si.. sus labios insinúan otra pregunta la respuesta es ninguno. Nada, ¡nada!
- Cálmese, por favor. 
- Entonces váyase. No hay salida, da lo mismo que yo escriba, que yo lea, que lea para, que escriba para. Sólo sufro una liviana satisfacción al sentir correspondencia con otros que me lean, una especie de reciprocidad, pero esto no va a alterar la posición de lo que escribo. Ni hacia quien va. Estas náuseas no dejaran de ser banales, esta existencia no dejará de serlo. Inclusive estallar sería inútil.
- De acuerdo.
Su mirada se suspendió un intervalo de segundos -míseros, por lo demás- en el diario que yo sostenía entre mis manos, y luego voló por todo lo que se hallaba a mi alrededor, como buscando otra víctima: alguien a quien condenar con sus preguntas. Mientras, mi respiración comenzaba un suave descenso a las entrañas de mi interior al mismo tiempo que mis párpados sellaban su última visión...

viernes, 23 de diciembre de 2011

Sólo me queda echarme a llorar...

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Viaje

Elisa se dirigió a su asiento y escrutó a todos los objetos de su nueva óptica, cada uno atento a un mero artífice humano, casi extasiados, desesperados. Los segundos se apresuraban, y a ella aún le quedaba mucho por hacer. Le estaba temblando la pierna izquierda y sentía la imperiosa necesidad de precipitarse contra la mesa o la pared, lo mismo le daba, debía parar aquello. Pero sabía que no podría, no en aquel momento, debía concentrarse, despejar su mente y ... ¡estupendo! Había un sujeto levantado, dirigiendo desde su ángulo el brazo hacia la mesa que estaba a punto de abandonar. Salió cuasi volando hacia el jefe de aquella magnánima obra de teatro para entregarle su apreciada conclusión. 
- Qué escueto. ¿Estás seguro de que me quieres entregar esto?
- No soy capaz de añadir más.
Y se largó, dirigiendo su mirada acuosa al resto del aula, como acusándolos de ser cómplices de aquella comedia. Ella ya no podía más, quería perseguir su sombra, marcharse con él y dejar de formar parte de la inmundicia, aunque de nada serviría. Todo el mundo le seguiría temblando bajo sus pies, como si tuviera que desprenderse de él, mudarse a otro por un tiempo indefinido. Y si era así... ¿por qué todavía se lamentaba en este? ¿No era hora de elevarse hacia el otro?
Plaf.

Hay una dicotomía entre pensamientos, ninguno se absorberá ni hará que el otro desaparezca. Lástima que perdura.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Clases de humanistas (Fragmento de La Náusea)

"Me interroga con la mirada; apruebo meneando la cabeza, pero siento que está un poco decepcionado, que quisiera más entusiasmo. ¿Qué puedo hacer? ¿Es culpa mía si en todo lo que me dice reconozco al pasar el plagio, la cita; si veo reaparecer, mientras él habla, a todos los humanistas que he conocido? ¡Ay, he conocido tantos! El humanista radical es particularmente amigo de los funcionarios. El humanista llamado “de izquierda” considera su principal cuidado velar por los valores humanos; no pertenece a ningún partido, porque no quiere traicionar lo humano, pero sus simpatías se inclinan a los humildes; a los humildes consagra su bella cultura clásica. En general es un viudo de hermosos ojos, siempre empañados de lágrimas; llora en los aniversarios. También quiere al gato, al perro, a todos los mamíferos superiores. El escritor comunista ama a los hombres después del segundo plan quinquenal; castiga porque ama. Púdico como todos los fuertes, sabe ocultar sus sentimientos, pero también, con una mirada, con una inflexión de vez, sabe insinuar tras sus rudas palabras de justiciero, una pasión áspera y dulce por sus hermanos. El humanista católico, el rezagado, el benjamín, habla de los hombres con un aire maravillado. ¡Qué hermoso cuento de hadas, dice, la más humilde de las vidas, la de un dockér londinense, la de una aparadora! Ha elegido el humanismo de los ángeles; escribe, para edificación de los ángeles, largas novelas tristes y bellas que obtienen con frecuencia el premio Fémina. Éstos son los primeros grandes papeles. Pero hay otros, una nube: el filósofo humanista, que se inclina hacia sus camaradas como un hermano mayor, y que conoce sus responsabilidades; el humanista que ama a los hombres tal como son, el que los ama tal como deberían ser, el que quiere salvarlos con su
consentimiento y el que los salvará a pesar de ellos, el que quiere crear mitos nuevos y el que se conforma con los antiguos, el que ama en el hombre su muerte, el que ama en el hombre su vida, el humanista jocundo, que siempre tiene una chanza, el humanista sombrío, que se encuentra de preferencia en los velatorios. Todos se odian entre sí, en tanto que individuos, naturalmente, no en tanto que hombres. Pero el Autodidacto lo ignora; los ha encerrado en sí mismo como gatos en una bolsa y se destrozan mutuamente sin que él lo advierta.
Me mira ya con menos confianza. 
—¿No lo siente como yo, señor?
—Dios mío...
Viendo su semblante inquieto, un poco rencoroso, lamento un segundo haberlo decepcionado. Pero él prosigue, amablemente:
—Ya sé; usted tiene sus investigaciones, sus libros; sirve a la misma causa a su manera.
Mis libros, mis investigaciones, imbécil. No podía hacer mejor plancha.
—No escribo por eso.
El rostro del Autodidacto se transforma al instante; se diría que ha olfateado al enemigo; nunca le había visto esta expresión. Algo ha muerto entre nosotros. Pregunta, fingiendo sorpresa:
—Pero... si no soy indiscreto, ¿por qué escribe usted, señor?
—Bueno... no sé, así, por escribir. Tiene una buena oportunidad para sonreír, piensa que me ha desconcertado:
—¿Escribiría en una isla desierta? ¿No se escribe siempre para ser leído?
Por costumbre ha dado a su frase el tono interrogativo. En realidad afirma. El barniz de suavidad y de timidez se ha descamado; ya no lo reconozco. Sus facciones transparentar una pesada obstinación; es un muro de suficiencia. Aún no he vuelto de mi asombro, cuando lo oigo decir:
—Que me digan: escribo para cierta categoría social, para un grupo de
amigos, enhorabuena. Quizá escriba usted para la posteridad... Pero mal que le pese, señor, escribe para alguien. Espera una respuesta. Como no llega, sonríe débilmente:
—¿No será usted un misántropo?
Sé lo que disimula este falaz esfuerzo de conciliación. Me pide poca cosa, en suma, que acepte simplemente un rótulo. Pero es una trampa: si consiento, el Autodidacto triunfa, en seguida me da vuelta, me atrapa, me deja atrás, pues el humanismo reconsidera y concilia todas las actitudes humanas. Si ano le hace frente, favorece su juego: vive de sus contrarios. Hay una raza de gente terca y limitada, raza de bandidos, que a menudo pierde contra él: el humanismo digiere todas sus violencias, sus peores excesos, y los convierte en una linfa blanca y espumosa. Ha digerido el antiíntelectualismo, el maniqueísmo, el misticismo, el pesimismo, el anarquismo, el egotismo: son todas etapas, pensamientos incompletos que sólo encuentran justificación en él. La misantropía también tiene su lugar en este concierto: es una disonancia necesaria para la armonía total. El
misántropo es hombre; por lo tanto, el humanista ha de ser en cierta medida misántropo. Pero es un misántropo científico, que ha sabido dosificar su odio, que odia primero a los hombres para poder amarlos después.
No quiero que me integren, ni que mi hermosa sangre roja vaya a engordar a esa bestia linfática; no cometeré la tontería de calificarme de “antihumanista” No soy humanista, eso es todo.
—Considero —digo al Autodidacto— que no es posible odiar a los hombres, del mismo modo que no es posible amarlos.  El Autodidacto me mira con aire protector y lejano. Murmura, como si midiera sus palabras:
—Hay que amarlos, hay que amarlos...
—¿Amar a quiénes? ¿A los que están aquí?
—A éstos también. A todos.
Se vuelve hacia la pareja de radiante juventud; eso es lo que hay que amar. "

Existencialismo

¿Existimos? YO existo, mis pisadas recaen en el suelo y tienen un peso material, pero no significan mucho más que eso. No tiene sentido existir ni buscar un objetivo a nuestra vida, viene dando igual todo, tanto lo que soñemos como lo que lleguemos a ser. De modo inane e inexorable somos nada.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Hablo de mentiras, hablo de cosas que no siento.
Maldita sea, ¡lean La Náusea!

martes, 6 de diciembre de 2011

Dibujo las líneas del dibujo que me salva de un espectro que se superpone a mí, fluye y se transparenta a través de mi cuerpo, proyecta mi sombra. Entonces sale de mí y me vislumbra como si fuera otro, como si jamás hubiésemos sido uno.

(Herman Daly)

"La condición estacionaria del capital y de la población -decía- no implica el estado estacionario del mejoramiento humano. Habría tantas oportunidades para todo tipo de mentalidades culturales, para el progreso moral, social, para perfeccionar el arte de vivir si las mentes dejasen de enfrascarse en el arte de medrar."

Apuntes de clase.

"En muchas ocasiones le atribuimos un carácter de autoridad a figuras externas, a otras personas, a los jefes u otras referencias. Cada uno tiene la autoridad suficiente para responsabilizarse de sus propios actos, de llevar a cabo sus intenciones. Cuando se detectan carencias en este sentido asoma cierto conflicto con la autoridad interna, que debería ser prioritaria. Se podría atribuir este estado a que los demás no nos organizan bien o que el sistema no nos permite organizarnos. Sin embargo, con independencia del caos que pueda existir fuera, cada uno tiene la opción de organizarse mejor."
Bang, bang.
Explota.
Revienta.
Sabiendo que no tiene sentido ni lo tendrá.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Vacía...
Vacía me siento aunque escuche a Scriabin, a Rachmaninoff, o a Chopin. Inclusive cuando escucho a mis dedos tocando una melodía en el piano, creando aire constantemente sobre la atmósfera pastosa de lo cotidiano. No exististe, monotonía. No hubo camino para ti. Vacía cuando los escucho hablar, día a día. Vacía cuando el egoísmo es la religión que impera en nuestro planeta, sea por una vía u otra.
Estamos contaminados y bajo el más puro realismo... nuestro fin será una dulce espiral de asfixia.

domingo, 4 de diciembre de 2011

¿Qué somos? (Fragmento de La Náusea)

"M. de Rollebon me harta. Me levanto. Me muevo en esta luz pálida; la veo cambiar sobre mis manos y sobre las mangas de mi chaqueta; no puedo decir hasta qué punto me disgusta. Bostezo. Enciendo la lámpara sobre la mesa; quizá su claridad pueda combatir la del día. Pero no: la lámpara forma alrededor de su pie un charco lastimoso. Apago; me levanto. En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. La cosa gris acaba de aparecer en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme.
Es el reflejo de mi rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo nada en este rostro. Los de los otros tienen un sentido. El mío, no. Ni siquiera puedo decidir si es lindo o feo. Pienso que es feo, porque me lo han dicho. Pero no me sorprende. En el fondo, a mí mismo me choca que puedan atribuirle cualidades de ese tipo, como si llamaran lindo o feo a un montón de tierra o a un bloque de piedra. Sin embargo hay algo agradable a la vista, encima de las regiones blandas de las mejillas, sobre la frente: la hermosa llamarada roja que me dora el cráneo, mi pelo. Es agradable de mirar. Por lo menos es un color definido: estoy contento de ser pelirrojo. Ahí, en el espejo, se hace ver, resplandece. Tengo suerte: si mi frente llevara una de esas cabelleras que no llegan a decidirse entre el castaño y el rubio, mi cara se perdería en el vacío, me daría vértigo.
Mi mirada desciende lenta, hastiada, por la frente, por las mejillas; no encuentra nada firme, se hunde. Evidentemente, hay una nariz, ojos, boca, pero todo eso no tiene sentido, ni siquiera expresión humana. Sin embargo Anny y Vélines opinaban que tenía una expresión vivaz; es posible que esté demasiado acostumbrado a mi cara. Cuando era chico, mi tía Bigeois me decía: “Si te miras largo rato en el espejo, verás un mono”. Debí de mirarme más todavía: lo que veo está muy por debajo del mono, en los lindes del mundo vegetal, al nivel de los pólipos. Vive, no digo que no; pero no es la vida en que pensaba Anny; veo ligeros estremecimientos, veo una carne insulsa que se expande y palpita con abandono. Sobre todo los ojos, de tan cerca, son horribles. Algo vidrioso, blando, ciego, bordeado de rojo; como escamas de pescado.
Me apoyo con todo mi peso en el borde de loza, acerco mi cara al espejo hasta tocarlo. Los ojos, la nariz y la boca desaparecen, ya no queda nada humano. Arrugas morenas a cada lado del abultamiento febril de los labios, grietas, toperas. Un sedoso vello blanco corre por los grandes declives de las mejillas; dos pelos salen por los agujeros de la nariz; es un mapa geológico en relieve. Y a pesar de todo, este mundo lunar me resulta familiar. No puede decir que reconozco sus detalles. Pero el conjunto me da una impresión de algo ya visto que me embota: me deslizo dulcemente hacia el sueño. Quisiera recobrarme: una sensación viva y decidida me libertaría. Aplico mi mano derecha contra la mejilla, tiro de la piel; me hago una mueca. Toda una mitad del rostro cede, la mitad izquierda de la boca se tuerce y se hincha descubriendo un diente, la órbita se abre sobre un globo blanco, sobre una carne rosada y sanguinolenta. No es lo que yo buscaba; nada fuerte, nada nuevo; ¡es algo suave, esfumado, ya visto! Me duermo con los ojos abiertos, el rostro crece, crece en el espejo, es un inmenso halo pálido que se desliza en la luz ...
Lo que me despierta bruscamente es que pierdo el equilibrio. Me encuentro a horcajadas sobre una silla, aturdido todavía. ¿A los otros hombres les cuesta tanto trabajo juzgar sus rostros? Me parece que veo el mío como siento mi cuerpo, mediante una sensación sorda y orgánica. Pero ¿y los demás? ¿Rollebon, por ejemplo? ¿También se dormía mirando en los espejos lo que Mme. de Genlis llama “su carita arrugada, limpia y definida, picada de viruelas, donde había una malicia singular que saltaba a los ojos, por esfuerzos que hiciera para disimularla”? “Cuidaba mucho” dice Mme. de Genlis, “de su peinado, y nunca lo vi sin peluca. Pero sus mejillas eran de un azul tirando a negro porque tenía la barba espesa y quería afeitarse solo, cosa que hacía muy mal. Acostumbraba embadurnarse con albayalde, a la manera de Grimm. M. de Dangeville decía que con todo ese blanco y azul, semejaba un queso Roquefort.” Me parece que debía de ser muy agradable. Pero después de todo, no fue así como lo vio Mme. de Charrières. Creo que lo encontraba más bien apagado. Tal vez sea imposible comprender el propio rostro. ¿O acaso es porque soy un hombre solo? Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los ven sus amigos. Yo no tengo amigos; ¿por eso es mi carne tan desnuda? Sí, es como la naturaleza sin los hombres.
Ya no tengo ganas de trabajar; lo único que me resta es aguardar la noche."
[La Náusea - J. P. Sartre]

sábado, 3 de diciembre de 2011

"Toda revolución comienza en el interior de las personas. Es inútil la revolución de fuera hacia dentro. Si no somos capaces de escucharnos, de hablar, sin prejuicios, no vamos a cambiar nada. Todo seguirá igual."   ----  [J.C.]

Me escabullo y huyes, huyo, te escabulles. Me pongo nerviosa, incipiente tremor vibra por y para las arterias. Directas al corazón. Las espinas se incrustan mientras las lágrimas rojas resbalan y se solidifican con tanta rapidez que puedo aferrarlas entre mis dedos, condensarlas en mi único punto de mira.  

Oh. ¿Sabes -lo sabes- lo que es arder?

jueves, 1 de diciembre de 2011

Discúlpame que comience el nuevo mes como el fin y... el inicio, escondiendo toda obviedad que quede reflejada en mis palabras.