martes, 27 de diciembre de 2011

División

Entró al café repentinamente, no había puesto mi sistema en alarma y sus ojos cayeron sobre mí con una rapidez deslumbrante. Mis dedos comenzaron a temblar inexorablemente, apenas pude sostener el bolígrafo.
- No tiene por qué detenerse, siga, siga escribiendo.
Ya se había sentado frente a mí, sin que pudiera ahuyentar a tiempo a las sillas.
- Bi..bien... ¿Qué haces aquí?
- ¿Qué sentido tiene para usted escribir?
- ¿Qué sentido tiene para usted leer?
- Aprendo.
- Me alegro. Y si.. sus labios insinúan otra pregunta la respuesta es ninguno. Nada, ¡nada!
- Cálmese, por favor. 
- Entonces váyase. No hay salida, da lo mismo que yo escriba, que yo lea, que lea para, que escriba para. Sólo sufro una liviana satisfacción al sentir correspondencia con otros que me lean, una especie de reciprocidad, pero esto no va a alterar la posición de lo que escribo. Ni hacia quien va. Estas náuseas no dejaran de ser banales, esta existencia no dejará de serlo. Inclusive estallar sería inútil.
- De acuerdo.
Su mirada se suspendió un intervalo de segundos -míseros, por lo demás- en el diario que yo sostenía entre mis manos, y luego voló por todo lo que se hallaba a mi alrededor, como buscando otra víctima: alguien a quien condenar con sus preguntas. Mientras, mi respiración comenzaba un suave descenso a las entrañas de mi interior al mismo tiempo que mis párpados sellaban su última visión...

No hay comentarios:

Publicar un comentario