viernes, 4 de junio de 2010

F

Entro en el banco. Me dirijo a preguntarle a la mujer tan guapa y bien arreglada que si me podrían atender. Me dice que espere un momento a que el otro señor acabe con aquella chica. Espero sentada, sin pensar en nada, sin mirar nada. Cojo la revista, me pongo a leer un artículo sobre economía y frases de personajes famosos que intenta decir algo. Sólo al final del último párrafo descubro qué quería decir. Me pongo a observar las mesas. Hago un hallazgo. Cuando entro por la puerta, a mi izquierda, hay una mesa donde está sentada la mujer arreglada, y al frente hay dos mesas unidas donde está el señor atendiendo a la chica. La mesa donde está la mujer permite que se vean sus zapatos y parte de sus piernas, lleva tacones y luce un vestido. Muy bonito todo ello, pero, ¿a mí que me importa que lleve tacones?  Lo hace por tener buena imagen en su trabajo, eso es importante, supongo. Me voy a la otra mesa donde está ese señor tan grande y aparentemente simpático, no se ve absolutamente nada. Es exactamente la misma mesa y ésta no permite ver ni los zapatos, supongo que los zapatos de hombre son menos interesantes de ver. Ya veo que va a acabar con la chica, cierro la revista con el enigmático artículo y me siento en la otra silla, cara a cara con el grandullón. 
- Tome - usé un gesto para expresarle lo que quería decir.
- Ajá, espere un momento - Se fue a fotocopiar el papel, y después a teclear en el ordenador.
- ¿De qué curso es?
- Está en el papel que acaba de fotocopiar, además, ya lo ha escrito en el ordenador.
- Ah. Cierto.
Terminó con todo eso, sin volver a dirigirme una palabra y me fui. Al tiempo en que abrí la puerta el tipo amable casi gritó.
- Ey, chica, espere. Se deja algo.
- ¿Qué?
- Tome, el papel es suyo.
- Ah. Quédeselo.

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