lunes, 28 de junio de 2010

Fin

Un pálpito a su lado prorrumpía. Giraba la cabeza y observaba a su acompañante, anonadada. No podía creer lo que veía, no podía creer los balbuceos e incongruentes palabras de él. El hedor inundaba toda la atmósfera y la extasiaba provocando que no pudiese contener las naúseas. Ese impulso, esas terribles ganas de vomitar que no cesaban, día tras día, eternas. Mientras los dos jugaban, se miraban a los ojos, él sin escrúpulos atisbaba el vaso que apestaba a alcohol y se reía cadenciosamente mientras le hacía invitaciones obscenas. Ella qué iba a decir, se inmutaba ante el mar de ojos azules, harta de la real imagen de él, que desconocía y que había desconocido por tanto tiempo. Harta de todas las lágrimas que derramó en vano por el aura de cristal que lo rodeaba,y ahora se habia esfumado. Tan rápidamente.
Suspiros. Quería alejarlo de ahí, echarlo a patadas de su lado. ¿Para qué volver a verlo si ya lo había olvidado? Le daba tantísima lástima, estaba completamente borracho. Completamente perdido. ¿Qué clase de vida llevaba? ¿Esto era por lo que apostaba, por lo que ofrecería todo su tiempo? Ella se había equivocado demasiado, estaba cansada de jugar y de que esos ojos inertes la miraran sin un sino. Eh, me largo, juega con aquella mujer que se ha estado insinuando durante toda la noche, vamos. Adiós. Ella acabó por no volverle a ver jamás. Él se levantó tambaleándose y se dirigió, finalmente, a la mujer, acabando por arrojarle vestigios de bebida alcohólica sobre la falda. En fin, vida desquiciada.

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