Y, de repente, una luz cegadora invadió todo mi alrededor. Y desapareció la gente, desapareció el bosque, desapareció el mar. Me aferré al cuchillo que sostenían débilmente mis dedos y me lo clavé una y otra vez, hasta que mi percepción del dolor se desvaneció. Únicamente podía ya sentir la tibieza de la abundante sangre que se derramaba entre mis manos. He muerto.
miércoles, 26 de febrero de 2014
sábado, 1 de febrero de 2014
La leyenda del pianista en el océano
“Toda aquella ciudad. No se veía el final. Todo iba muy bien en la
escalerilla. Y yo estaba impecable, con mi abrigo. Iba a bajar. Te lo
prometo. No fue lo que vi lo que me detuvo. Fue lo que no vi. ¿Puedes
entenderlo? Lo que no vi. En toda aquella inmensa ciudad había de todo
menos un final. El final del mundo. Fíjate en un piano. Fíjate en un
piano, las teclas empiezan, las teclas acaban. Sabes que hay 88, nadie
puede discutírtelo. No son infinitas. Tú eres infinito. Y en esas
teclas, la música que puedes hacer es infinita. Eso me gusta. Así, sí
puedo vivir. Pero si bajo por esa escalerilla me pones delante de un
teclado con millones de teclas, millones y millones de teclas que no
tienen fin, y ésa es la verdad, Max, no tienen fin. Ese teclado es
infinito. Y si ese teclado es infinito no hay música alguna que puedas tocar en él. Te has equivocado de taburete. Ese es el piano de Dios. [...]"
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