sábado, 11 de junio de 2011

Phiaso

Sofía estaba reclinada sobre la silla del balcón, contemplando el firmamento diáfano, esta vez sin estrellas. Es lógico si es de día, pero ayer las vio entremezclas con el sol. Quizá eso tenía un nombre para la astrofísica. No le comentó a nadie la situación actual, la abismal idea que había vislumbrado contemplando la constelación diurna de ayer. ¡Todo se volvió evidente! Nunca había esperado una razón para entender algo, simplemente, no la necesitaba. ¿Por qué aparecieron todas al unísono de aquella manera? Desconocía tanto que no podría responderse, empero era capaz de atisbar una forma en aquello que pertenecería a su silencio para la eternidad. <¡Jamás estará fuera de mí!>, se decía imperiosamente. ¿Quién no admiraba unos distantes punto brillantes, hasta incandescentes, en la bóveda oscura? Ella no lo hacía. Nunca fue capaz. No amaba nada, absolutamente. Su existencia era, sin más palabras. Desde su nacimiento había sido privada de una de las más grandiosas defensas de nuestra humanidad, de la voz. Sus labios pretendían musitar una queja a menudo, la cual era eludible para el resto, pero en su interior la quemaba hasta un extremo impensable... Y ahora... ¡la respuesta!, ¡la gran respuesta!... se quedaría encerrada en su tercera dimensión. Lo que anhelaba la humanidad para su redención sería dejado en sus manos... ¿Qué haría con aquella carga? Sofía divagaba derivando en una cavilación, completamente absorta intentaba realizar un movimiento, dibujar un boceto en el aire de la idea. Tan sólo un escueto mapa donde visualizarla y verse a sí misma en algún punto de él. No era cosa fácil. Vaya. Su vida se había remitido a escrutar la vida que desprendían las calles bajo su balcón, no vivía sola, pero a la vez sí. Y toda imaginación se diluía debido a su carencia de práctica. Con el individuo que había rescatado su vida tan sólo intercambiaba breves gestos -algunas veces palabras que ella respondía con más gestos-, lo que en el fondo era un hálito constante. Claro... ¿qué mejor que empezar por ahí?
Inopinadamente su pensamiento se materializó en una figura...
- Eh. ¿Todavía sigues ahí? -Dijo mientras se reclinaba sobre su propia sonrisa dubitativa.
Sofía dibujó dos o tres caricaturas con gestos de sus manos y se precipitó desbordadamente a explicarle la concepción abstracta de aquella idea, en lugar de responderle a su pregunta, respondiéndola implícitamente.
El rostro del individuo se petrificó y, alarmado, fue directamente al huracán de preguntas:
- Tranquila. ¿Te pasa algo? ¿Qué? Espera... ¿te traigo lápiz y papel?
Ella volvió al amago de aquella idea-relámpago, asintió con la cabeza, comenzaba a desvanecerse el mapa... y si.... Inopinadamente vino él otra vez, apenas parpadeó los ojos se fue y apenas los clausuró de nuevo reapareció con aquel lúcido presente entre sus dedos... Escribir. Escribir lo que estaba en su cabeza, cuando saliera de ella no sonaría tan bien, se deformaría y convertiría en un monstruo, la magnanimidad se tornaría gris y con la decadencia que ello implicaba perdería la magia que albergase, la veracidad omnipotente. Está bien, Sofía consideró que era una oportunidad, un intento que no amedentraría por sus pensamientos. Atisbó el lápiz que le ofrecía y el papel translucía ante sus pupilas. Primer error: Dedos congelados por dilatación.

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