jueves, 22 de octubre de 2009

Lluvia

Qué coño importaba el qué dirían. Nació para abrazar la soledad y rozar con las yemas de los dedos la brisa del mar. Se desesperaba cuando veía que las estaciones no pasaban. Parecía un tiempo eterno. El sofocante calor veraniego le solía corroer las palpitaciones, habitualmente desembocaban en excéntricas divagaciones. Pero, tras el goteo de días, hacía su apogeo el hogareño otoño. Y la lluvia. Le gustaba pasear sus pies desnudos en la lluvia, inhalando el repiqueteo del agua. Divisaba una niebla nítida ante su vaho e indagaba entre los focos de luces qué vida llevarían esas remotas personas. Antaño, a la edad de su juventud -tan lejana ya-, se revolcaba entre los charcos, soñando que en algún momento aparecería "algo" que le concedería la posibilidad de volar a las húmedas nubes y acurrucarse entre algodones. Mas, siempre se rendía y abandonaba sus inquietantes oscilaciones hasta retornar en otro reflejo. Ahora, aquellas locuras le acuciaban las entrañas y frecuentemente recorrían sus pesadillas. Aquel "algo" se convertía en un abominable ser que enredaba sus bifurcaciones en su cuerpo, abarcándolo con agua hasta casi ahogarlo. Cuando llegaba a ese punto, sus insconcientes ojos se abrían y recordaba la desasosegada realidad. Le gustaba creer que era preferible a sus alucinaciones. O, también, que sus delirios no eran plenamente ciertos.

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