Alguna vez nos planteamos cosas. Analizamos lo que tenemos a nuestro alrededor. De pronto te pierdes en el color de la pared, de un blanco sucio con manchas sospechosas que realmente no sabes de dónde provienen. Pero quedarse aquí, entre estas sábanas mientras deliro, es una sensación impresionante. Pegada a la cama, durmiendo sin dormir, con los ojos cerrados al acecho de una imagen que no llega, esperando impacientemente a que venga por arte de magia la imaginación. Se pierde cuando la buscas y llega cuando no la esperabas. Quizá un atisbo de idea-relámpago te persiga en tu subsconsciente, pero nunca se transforma en palabras, no alcanza la meta. Casi.
Qué estertor vivir con los ojos abiertos, queremos ser ciegos aunque sería terrible que la oscuridad invadiese nuestras vidas. No atisbar una montaña, un coche, una persona que escruta el leve brillo de tus ojos, una mano, los muebles de tu casa al caminar. Sin VER, cómo se podría vivir. Hay gente que puede hacerlo, ¿podríamos acaso todos habituarnos a esta ceguera física? Empero, somos capaces de habituarnos a la imperiosa abstracción de una ceguera ficticia, la cual somos incapaces de palpar. No queremos ver lo que realmente tenemos ante nuestros ojos, tras las palabras, oculto y amalgado a ellas. Al fin y al cabo, ¿de qué nos serviría? ¿Respaldarnos en lo irreal o en lo real? ¿Qué elegir sin equivocarse irrevocablemente de elección?
Percatarnos de que lo que tocamos ni siquiera posee ese color con el que lo vislumbramos no es una tarea levemente díficil; si otra luz distinta, con mayor intensidad, lo pretende atravesar cambiará. Podría entonces atisbar... que el azul celeste de las sábanas se oscurece en gris cuando la luz de la lámpara pequeña permanece encendida y... mientras... el suave roce producido por el parsimonioso movimiento de mi cuerpo por toda la cama, girándome ciento ochenta y ciento ochenta grados, mirando hacia la pared, hacia la otra cama, hacia... el techo. No será mala idea permanecer anclada aquí, con el libro en mano, leyendo y haciendo pausas constantes. En estas pausas desconozco qué viene a mi cabeza. Lo que haré mañana, lo que hice hoy, algunas palabras cómicas, otras tonterías, futilidades, desde luego. En otros momentos, es adorable ese momento, me desconcentro para divagar sobre vacío, nada pasa por mi cabeza, aunque se empeñen en decir que todo el rato la mente está trabajando, yo siento que en ese instante no hay más que un mar de vacío en ella. Nada se me ocurre, cualquier leve idea es desechada, sólo es válida la carencia de lucidez, ese blanco vomitivo e indescriptible que se acumula ahí sin solicitarlo de modo alguno. De algún modo, ese efímero aislamiento es agradable, aunque algo termina por obligarte a que retornen a la circulación los pensamientos. Oh, es pavorosa esa obligación interna que te dice "para, para de una vez, piensa en algo". ¿Acaso no estaba parando en aquel momento de niebla?
Dejémoslo para otro día, permanezca aquí, aparte el libro. Da igual dónde. No mire nada, lumbre insuficiente, oscuridad apta, párpados cerrados, cerebro bloqueado. Bien, comencemos.
Percatarnos de que lo que tocamos ni siquiera posee ese color con el que lo vislumbramos no es una tarea levemente díficil; si otra luz distinta, con mayor intensidad, lo pretende atravesar cambiará. Podría entonces atisbar... que el azul celeste de las sábanas se oscurece en gris cuando la luz de la lámpara pequeña permanece encendida y... mientras... el suave roce producido por el parsimonioso movimiento de mi cuerpo por toda la cama, girándome ciento ochenta y ciento ochenta grados, mirando hacia la pared, hacia la otra cama, hacia... el techo. No será mala idea permanecer anclada aquí, con el libro en mano, leyendo y haciendo pausas constantes. En estas pausas desconozco qué viene a mi cabeza. Lo que haré mañana, lo que hice hoy, algunas palabras cómicas, otras tonterías, futilidades, desde luego. En otros momentos, es adorable ese momento, me desconcentro para divagar sobre vacío, nada pasa por mi cabeza, aunque se empeñen en decir que todo el rato la mente está trabajando, yo siento que en ese instante no hay más que un mar de vacío en ella. Nada se me ocurre, cualquier leve idea es desechada, sólo es válida la carencia de lucidez, ese blanco vomitivo e indescriptible que se acumula ahí sin solicitarlo de modo alguno. De algún modo, ese efímero aislamiento es agradable, aunque algo termina por obligarte a que retornen a la circulación los pensamientos. Oh, es pavorosa esa obligación interna que te dice "para, para de una vez, piensa en algo". ¿Acaso no estaba parando en aquel momento de niebla?
Dejémoslo para otro día, permanezca aquí, aparte el libro. Da igual dónde. No mire nada, lumbre insuficiente, oscuridad apta, párpados cerrados, cerebro bloqueado. Bien, comencemos.