viernes, 3 de febrero de 2012

No debería

Me doy cuenta de que soy la misma sin ser. No soy la misma,  he cambiado. Ellos no saben cómo devorarme. Y ahora me acuesto sobre la cama, sobre el aire de la incertidumbre. Morir, ¿para qué? Vivir, ¿para qué? ¿Crees que no sé lo que va a suceder después? Todo tiempo futuro no tiene por qué ser mejor, ni peor. Sólo el hálito de la distancia nos hace retomar el recuerdo y disipar lo qué es futuro de lo que ha dejado de serlo. Muero. ¿No me digas? No, no lo hago. Pero, ¿y si lo hago? ¿Y si es lo que quiero? ¿Y si es lo que no quiero? Y si... Vamos, carezco de habilidades para decidir, y de poder. No puedes sostenerte sobre la cama, estás flotando en el aire, maldita sea, y está tan helado... Es terrible, terrible, no poder vislumbrar la nieve y saber que está ahí, mientras caminas por la calle, deslizándose a tu alrededor, contemplándote, depositándose en tus cabellos, en tus ojos irritados. La nieve te convierte en una bola, una bola de nieve, sí, y sigue cayendo sobre ti, agrandándote, haciéndote comprender que ya no eras lo que eras, que ahora eres una masa enorme y blanca que crece, que se expande, una masa en la que las realidades o, mejor dicho, las imágenes de la realidad se agolpan, se funden. ¿Has visto? Frente a un espejo dejas de contemplar tu rostro, sólo hay blanco, tus dedos lo rozan y se congelan, ahora también ellos son blancos. No queda mucho del color que antes tuviste, los absorbes todos. ¿Alguno escapará a esta masa inane? No lo sabes, no lo sé. Todo el rato he estado hablando conmigo misma, no te estoy hablando a ti. Quiero decir, en ningún momento he escrito esto para alguien, ¿se entiende? No escribo para ser leída ni comprendida, ni siquiera por mí misma. Soy esa bola de nieve del más puro blanco suspendida sobre el aire..

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