sábado, 11 de febrero de 2012

Ya no hay momento...

Me susurraste que todo iría bien, que el miedo que yo sentía se dispersaría como los granos de arena ante una ráfaga de viento, que se extirparía de mí toda vena de lamento. Si hay algún leve residuo sostén  el tacto de tu piel, aférrala contra la pared o contra el suelo, siempre estando de pie. Aunque apenas te queden fuerzas, cae, cae una y otra vez para que vuelvan a levantarte, pero de pie. No quiero que vengan las mareas de lluvia, y percibir cómo gota a gota caen sobre nuestras espaldas, son demasiadas gotas las que he de contar, innumerables veces estaría recitando la decadencia de cada una de ellas, innumerables veces estaría rezando por sus muertes. Si hay algún vestigio de mí que resida en ti, te concedo la oportunidad de borrarlo o de sostenerlo para la eternidad, puede que nunca fueran concebidos desde mi interior, sino que naciesen desde un 'yo' externo al propio y se condensasen insospechadamente en el mío.  Para derivar en una espiral no se hacen necesarias las cavilaciones, sino el sosiego infinito, sin embargo tú no te ves en otro lugar distinto a la inmensidad, donde somos partículas dispersas y lo único que nos une es el espacio y el tiempo, donde sólo se cuela el azar y no sabemos cuál será el nuevo destino. Esa es la magia a la cual no nos queda otra que aspirar, la magia de no saber qué sucederá, sino de ser conscientes de lo que está sucediendo y contemplar que ya se ha convertido en pasado sin que apenas pudiésemos sostenerlo entre nuestros dedos, pero viviéndolo con la misma intensidad que tiene nuestra presencia sobre el espacio en el cual nos encontramos suspendidos...

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