domingo, 8 de abril de 2012

Pobre...

¡Ay de ti, pobre diablo!

Toda tu existencia arrastrando la pesada carga de las palabras, quedándote en la tierra de la imaginación mental, intentando rebasar los obstáculos de una vida sin duda demasiado racional. ¡Si lo más racional es perder nuestros cerebros!  ¡Contemplar lo incontemplable! ¡Admirar lo inalcanzable! ¡Penetrar en lo alcanzable! Bajo el más puro -y esto sí que es pureza absoluta- silencio, sin ruidos de argumentos que se caerán tarde o temprano, sin sonidos incomprensibles de palabras que mueren al ser expulsadas. 
¡Pensar es un terrible riesgo! Así quemas la belleza, así quemas el amor, así quemas lo imposible. Pero tú eres la consecuencia de tus actos -y de tus no actos-, tú eres el que se encarga de dirigir los impulsos desde la fortaleza.  ¿Y si no hay algún impulso que se vea mermado por el mismísimo infierno de nuestra cabeza?  Entonces... sabrás que debes ir a purificarte muy, muy lejos, completamente solo. Nada de nadie, nada ni siquiera sobre ti mismo. Olvida que alguna vez hubo un Yo, porque no lo hubo. No puedes repetir lo que sucedió porque nunca sucedió, tan sólo son espejismos humanos...

Y cuando vuelvas. Intenta pronunciar una sílaba... si no lo puedes hacer, si puedes arrojarte de ti mismo y ofrecerle tu mirada al mar, entonces podrás hundirte, por fin, en la eternidad.

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