miércoles, 27 de junio de 2012

Fragmento

Ignatius recorrió tambaleante el camino de ladrillos de su casa, subió los escalones laboriosamente, llamó al timbre. Una rama del banano muerto había expirado y se había desplomado rígida sobre la capota del Plymouth.
—Ignatius, hijito —gritó la señora Reilly cuando abrió la puerta—. ¿Qué te pasa? Parece que estuvieras muriéndote.
—Se me cerró la válvula en el tranvía.
—Ay, Señor, Señor, entra en seguida, que hace mucho frío. Ignatius se arrastró penosamente hasta la cocina, se derrumbó en una silla.
—El director de personal de esa compañía de seguros me trató muy ofensivamente.
—¿No conseguiste el trabajo?
—Pues claro que no conseguí el trabajo.
—¿Qué pasó?
—Preferiría no comentarlo.
—¿Fuiste a los otros sitios?
—No, evidentemente. ¿Tú crees que estoy en condiciones de complacer a posibles patronos? Tuve el buen gusto de venirme a casa lo antes posible.
—No agaches las orejas, hijo mío.
—Yo nunca agacho las orejas, madre.
—No te enfades, hijo. Encontrarás un buen trabajo. Sólo llevas unos días buscando —dijo su madre y luego le miró—. Ignatius, cuando hablaste con ese hombre de la compañía de seguros, ¿llevabas puesta esa gorra?
—Pues claro. En aquella oficina no había una calefacción como es debido. No sé cómo los empleados de esa empresa logran mantenerse vivos si tienen que exponerse día tras día a un frío semejante. Y luego, aquellos tubos fluorescentes asándoles los sesos y cegándoles. No me gustó nada aquella oficina. Intenté explicarle al jefe de personal los inconvenientes del lugar, pero no pareció interesarle mucho. Y acabó adoptando una actitud francamente hostil —soltó un eructo monstruoso—. Sin embargo, ya te dije yo que pasaría esto. Soy un anacronismo. La gente se da cuenta y les fastidia.
—Vamos, muchacho, tienes que mirar hacia arriba.
—¿Mirar hacia arriba? —repitió Ignatius con ferocidad—. ¿Quién ha estado sembrando esa basura antinatural en tu mente?
—El señor Mancuso.
—¡Oh, Dios santo! Debería haberlo imaginado. ¿Es él el ejemplo del «mirar hacia arriba»?
—Deberías conocer la vida de ese pobre hombre. Deberías saber lo que el sargento de esa comisaría está intentando...
—¡Basta! —Ignatius se tapó una oreja y dio un puñetazo en la mesa—. No escucharé ni una palabra más sobre ese hombre. Han sido los Mancuso del mundo los que a través de los siglos han provocado las guerras y esparcido las enfermedades. De repente, el espíritu de ese malvado invade esta casa. ¿Se ha convertido en tu Sven-gali?
—Ignatius, contrólate.
—Me niego a «mirar hacia arriba». El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor.
—Yo no me siento mísera.
—Lo eres.
—No, no lo soy.
—Sí, lo eres.
—No lo soy, Ignatius. No me siento triste. Si me sintiese triste, te lo diría.
—Si yo hubiera demolido propiedad privada en estado de embriaguez y con ello hubiera arrojado a mi hijo a los lobos, estaría dándome golpes de pecho y gimiendo. Estaría arrodillada hasta que me sangraran las rodillas, como penitencia. Por cierto, ¿qué penitencia te puso el sacerdote por tu pecado?
—Tres avemarías y un padrenuestro.
—¿Nada más? —aulló Ignatius—. ¿Le explicaste lo que hiciste, que interrumpiste una obra crítica de gran importancia?
—Fui a confesarme, Ignatius. Se lo expliqué todo al padre. Y él me dice «No me parece culpa suya, querida. Creo que lo único que pasó fue que el coche patinó un poquito porque la calle estaba mojada». Así que le expliqué lo tuyo. Le dije «Mi hijo dice que soy la que le impide escribir en sus cuadernos. Lleva casi cinco años escribiendo esa historia». Y el padre va y dice, «¿Sí? Bueno, no me parece tan importante. Dígale que salga de casa y vaya a trabajar» 
—Cómo voy a apoyar yo a la iglesia moderna, es imposible —exclamó Ignatius—. Deberían haberte azotado allí mismo, en el confesionario.
—Bueno, Ignatius, mañana volverás a buscar trabajo. Hay muchísimo trabajo en la ciudad. Estuve hablando con la señorita Marie-Louise, esa vieja que trabaja en el German's, tiene un hermano tullido, con un sonofone. Es un poco sordo, ¿sabes? Pues se consiguió un trabajo estupendo en eso de las Industrias Buenavoluntad.
—Quizá debería probar ahí.
—¡Ignatius! Sólo contratan a ciegos y subnormales para hacer escobas y cosas así.
—Estoy seguro de que son unos compañeros de trabajo agradabilísimos.
—Miraremos en el periódico de la tarde. ¡Puede que encontremos un buen trabajo!
—Si he de salir mañana, no me iré de casa tan temprano. Me he sentido muy desorientado por el centro. 
—Pero sí no saliste hasta después de comer.
—Pues aun así no coordinaba bien del todo. Anoche tuve varias pesadillas. Desperté magullado y murmurando.
—Mira, escucha. He estado viendo este anuncio en el periódico todos los días —dijo la señora Reilly, acercando mucho el periódico a los ojos—. «Hombre limpio y muy trabajador...»
—Qué será eso de muy trabajador...
—«Limpio y muy trabajador, de confianza, calado...»
—«Callado». Trae acá eso —dijo Ignatius, arrebatándole el periódico a su madre—. Es una pena que no pudieras completar tu educación. No sabes ni leer.
—Papá era muy pobre.
—¡Por favor! No podría soportar otra vez esa triste historia-«Hombre limpio, muy trabajador, de fiar, callado». ¡Santo Dios! ¿Pero qué clase de monstruo quieren? Creo que jamás podría trabajar en una institución con semejante visión del mundo.
—Lee los otros, hijito.
—«Trabajo de oficina. Veinticinco-treinta y cinco años. Presentarse en Levy Pants, Industrial, Canal; River, entre las ocho y las nueve » Bueno, esto queda descartado. Jamás podría llegar allí antes de las nueve.
—Cariño, si tienes que trabajar, tendrás que levantarte temprano.
—No, madre —Ignatius tiró el periódico encima del horno—. Me abrumaría tal cosa. Yo no podría sobrevivir a un trabajo de este tipo. Creo que sería mucho más agradable repartir periódicos, por ejemplo 
—Ignatius, un hombre como tú no puede andar por ahí en bicicleta repartiendo periódicos.
—Claro, pero tú podrías llevarme en coche y yo iría tirando los periódicos por la ventanilla de atrás.
—Escucha, hijo —dijo furiosa la señora Reilly—. Mañana tienes que ir a ver a esos anuncios. Lo digo en serio. Lo primero que harás será ir a este sitio. Basta de juegos, Ignatius. Te conozco.
—Bien, bien —Ignatius bostezó, mostrando el rosa fofo de su lengua—. Levy Pants me parece tan malo como los títulos de otras organizaciones con las que he establecido contacto o peor incluso. Me doy cuenta de que estoy empezando ya, evidentemente, a tocar el fondo del mercado laboral.
 —Tienes que tener paciencia, hijo. Verás qué bien te va.
 —¡Oh, Dios mío!


 [La conjura de los necios - John Kennedy Toole]

3 comentarios:

  1. Este libro es magnifico. Conozco a mucha gente que echa pestes de él por lo estrafalario del personaje de Ignatius, pero yo le tengo cariño tanto al libro como al personaje. Una vez tuve este libro, pero fue mio sólo el tiempo indispensable para leerlo y regalarlo.

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  2. Estoy de acuerdo contigo. Este es un libro con muchos matices que incitan a la relectura.

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  3. Joder, para mí es de mis predilectos. Yo creo que me reí lo que no está escrito, y la mente despertó más que con todos los best seller que dan la vuelta al mundo.
    Me has dado ganas de volverlo a releer.

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