miércoles, 16 de septiembre de 2009

Es viejillo

Doce de septiembre, subiendo los pantalones poco a poco está ella. Se dispone a salir por la puerta. Ha llegado mediante el transporte diario a su nuevo lugar en el que transcurrirán todos los nuevos acontecimiento que cambiarán su vida. Allá va. Por fin, entra en su clase.
Levanta la vista para observar a los nuevos individuos desconocidos que le ofrecerán un espacio entre sus pensamientos y la realidad. El brillo en los ojos permanece y decide quedarse, se renovarán las ilusiones. El ambiente se turba y un tumulto de voces dificultan la escucha pero ya se distancia. Traspasa la puerta y se dirige a sus alumnos. Comienza la fiesta.
- Sobran presentaciones. Aquí todos nos conocemos.
Pero ella seguía preguntándose quién era él y quién ellos. Con aquellas palabras habían finalizado las posibilidades de un buen comienzo.
Acabó la jornada y se quedó con el amargo placer de aquella bienvenida, simplemente le gustó, quizá por lo atípica que había sido.
Al transcurso de los días posteriores fue adquiriendo mayor confianza con aquel singular ser, sobretodo en aquel momento, ese en el que ocurrió aquella desafortunada coincidencia.
Ella se encontraba cavilando a medida que acentuaba sus pasos por el lánguido pasillo mientras recordaba la conversación de ayer con aquel amigo que había sido el mejor de todos, y sin embargo, ahora no constituía más que un estorbo. Discutían acerca de los tiempos futuros que sufriría la sociedad, estúpido tema del que hablar, pero suficiente para estallar el último átomo que quedaba para que se disolviera por completo aquel artificio que era su amistad. En la madrugada, las nubes habían inundado el cielo hasta precipitar en la tierra. Y no sólo en ella, por algún motivo, se había formado un minúsculo charco acuoso en el suelo del pasillo. Tras insignificantes lapsos de tiempo, apareció él con su supremacía al extremo y su mirada contemplando el vacío, cosa que le permitió no observar aquella húmeda mancha y que le proporcionó un lacerante impacto contra la superficie. Perdió todo equilibrio, apenas podía levantarse. Sin embargo, ella había advertido una presencia ajena a sus pensamientos, que hizo que silenciosamente examinara la escena. Fue realmente entretenida, aunque ella no tuvo el coraje de reírse. Prefirió acercarse y ayudarle a apoyar sus pies sobre el suelo evitando deslizamientos peligrosos. Se había oído un crujido y tras unos segundos él pudo apreciar cómo había afectado su tonta caída a su rodilla. No podía sostenerse sobre sí mismo. Ahora no sólo ocurría psicológicamente, sino físicamente. Ya no sabía qué haría, lo que faltaba para que se desmoronara por completo aquello que creía poseer. Pero, de repente, apareció aquel rostro cercano y tan inocente que había visto hace tan sólo unos minutos. No podía destapar todo el afloramiento que hubiese querido, esta vez, tendría que fingir.
- ¿Te has hecho daño? - susurró casi evocando una lejana melodía mientras agarraba sus brazos.
- Creo que no, pero gracias. Deberías estar en clase en este momento, ¿qué es lo que haces aquí?
- Rescatarte de tu naufragio, vaya caída. Además, me parece que ha resultado herida tu rodilla.
- Sí, de eso ya me encargo yo. Ve a tu aula.
- De acuerdo, nos veremos ahí después.
Él intentó caminar, pero algo lo arrastraba e impedía que continuase su camino.
- Espera, chica.
- Tengo que estar en clase, ¿recuerdas?
- Sí, pero no puedo moverme, llama a alguien. Por favor.
- No te preocupes. Déjame llevarte al piso inferior al menos.
- Si no queda más remedio.
Entonces, sus ojos se apoderaron de los de ella, y penetraron hasta que uno de los dos no tuvo más remedio que desviar la mirada. Ella sostuvo su brazo en su hombro mientras le daba un medio abrazo, él cojeando, intentaba apoyarse lo mínimo en ella. Sin embargo, su perfume estaba demasiado cerca, y no pudo evitar entrecerrar los ojos cuando detectó aquel aroma fresco. Se giró y vislumbró anonadado su rostro, tan hermoso como la luna en un cielo nocturno despejado. Sintió el impulso de rozar levemente sus labios, pero abruptamente, se enrojeció. No era más que una niña.

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